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martes, 14 de febrero de 2012

Bajas y morro

El Tuerto

Aquel hombre tenía más razón que un santo, porque, entre la podarga que le daba la vara cada dos por tres, los depósitos aquellos deformándole los codos y sus cólicos renales, su cara de turra y dolor cuasi perpetua, eran de libro. Tenía una gota como un piano y en sus repetidas analíticas, no había lugar a dudas: el ácido úrico estaba que se salía. Pero como en medicina dos y dos suelen ser treinta y pico, el alopurinol tenía en él, mismamente el efecto del agua bendita, o sea, ni flores; y la colchicina, ni te digo. A pesar de que hacía sus recetas con puntillosidad maniática y decía seguir su dieta con rigor, los resultados a la vista estaban y el destino final de sus repetidas bajas, era algo cantado. Entre otras cosas, porque daba grima imaginarle a trompicones en el monte tras las cabras, con lluvia, niebla, frío o sol, siempre con su cayada, cada vez más doblado, jodido y a la rastra, cojeando tipo contorsionista. O verle ordeñar a las chivas, de anochecida, a mano dolorida, ya de vuelta al pueblo, en la oscuridad de las tenadas del corral bajo aquella bombilla inútil de 25 w. Y tampoco era cuestión de dejarle consumirse para los restos con las labores propias de su oficio, o con las de casa, que era soltero y solo estaba desde que le parieron. Así que si esas cartas fueron las que le tocaron de mano en el reparto de la vida, con ellas pocas bazas más se podían jugar. A pesar de sus 48 años, no hubo más remedio que arreglarle los papeles para la jubilación, que consiguió sin problema alguno. Era lógico. Al menos, con su pequeña pensión, se olvidó de las cabras, los jarales y las barranqueras, y comía todos los días calentito a la lumbre, en casa.
Pero nada es eterno, ni incluso la gota. Y en cuanto empezó a cobrar la pensión, comenzó a socializarse, a cambiarse de ropa, a utilizar la ducha que hasta entonces de adorno tenía, a afeitarse a diario y a salir de vez en cuando... hasta que un primo suyo se lo llevó fuera unos días... y le presentó a una viuda gallega, rolliza, cuatro añitos mayor que él, y con un mando en plaza que no veas. Contemplarle embelesado seguir los andares de aquella mujer enternecía, y en todo recordaba al obediente carnero de la legión en los desfiles, al lado de su sargento barbudo. Eso sí… me lo trataba con exquisito mimo, le apartó del vino y del tabaco, le obligó a descubrir el refrescante sabor del dentífrico, y no me digas cómo, pero al cambiar la cayada por el brazo de la moza, empezó a desenrollarse como una culebra, a estirarse, a comer lo que la de sus amores le preparaba... y a tomar el alopurinol, que quizás nunca antes tomó; y la colchicina obró en él maravillas. Y, pues eso... que quién te a  visto y quién te ve, hembra nueva hombre nuevo, y ni cojera, ni tofos, ni cólicos, ni… El cambio fue tal, que cada vez que le veía tan tieso y curadito de paseo, la conciencia me rebrincaba y me daban unas ganas locas de desandar lo andado, entonar un mea culpa culposo y migarle los papeles de la pensión ya mismo… al menos para que sus vacaciones no se las siguiéramos pagando tu y yo y todos, vía impuestos. Total, que ahora me sabe mal verle bien, mal rayo le parta, porque o nos tomó el pelo a todos, a mí al primero, o la maternal gallega obró en él maravillas, y no me digas cómo, oye, pero que me lo ha dejado hecho un pincel… y cobrando sin trabajar. Y tu y yo en junio, a echar cuentas con el fisco, a sabiendas de que en el mordisco que nos dé, irá incluida la alícuota parte de la pensión del chivero gotoso… y eso jode...
Lo de la incapacidad laboral, temporal o definitiva, es un tema para tomárselo muy serio. Justo es que se utilice, y así lo hago en mi consulta, cuando la necesidad lo impone, que para eso está. Afortunadamente vivimos en una sociedad solidaria, y nuestros impuestos deben emplearse, entre otros menesteres, en el amparo, ayuda y sostén económico de los menos afortunados en salud. Hasta ahí, de acuerdo. Pero lo que subleva, es que tal y como actualmente se emplea, la norma es el abuso por doquier. Y me duelo, cuando soy consciente de la de pensiones y bajas temporales que entre todos pagamos a esa especie de corsarios que, con un morro que se lo pisan, frecuentan nuestras consultas. Porque la culpa no es sólo suya, que conste, y nuestra responsabilidad en el tema, por ineludible, debe sernos exigida.
Reconozco que quizás mi pasión en el tema sea algo exagerada, porque he tenido la inmensa suerte, y toco madera, de no haber necesitado subsidio alguno en mi vida, de ningún tipo, ni un sólo día, por nada, y tampoco por motivos de salud, de lo que doy gracias a quien corresponda.
Pero al hacer una baja temporal o iniciar los trámites de una pensión de invalidez, intento hacerlo con objetividad, responsabilidad, equidad, y justicia, pero... no sin antes palparme la ropa y repensármelo unas cuantas veces antes de hacerlo, porque sus consecuencias, sé que las pagaremos todos. Por eso me irrita cuando veo que muchos de mis colegas de profesión, no ponen idéntico celo y tesón en el tema, si no todo lo contrario y eluden o minusvaloran su responsabilidad. Y eso, por injusto,  sangrante e insolidario, no puede ni debe seguir siendo así.
El otro día discutía, apasionadamente, con un colega por su aparente displicencia y falta de rigor, a la hora de facilitar bajas laborales y pensiones a los pacientes de su cupo, porque quien se la solicita, la obtiene, sin más. Me empeñaba inútilmente en que reconociera lo insolidario y erróneo de su postura, hasta que me saltó:
“...sí claro, y vas tu, y no se la das... ya sé como dices, pero que no, que a mí no me pagan para que me la juegue con esa canalla... mira, la última el otro día, que, me vino un tipo y me dijo que le diera la baja; y cuando le pregunté que al menos me dijera lo que le pasaba, porque tengo que ponerlo en los papeles... pues me soltó que a mi que cojones me importaba, que pusiera lo que quisiera, pero que a él le dolía la espalda y que se la diera... y cuando le dije que antes tenía que reconocerle, comenzó a montar un pollo que no veas, y a decirme que sabía donde vivo, que si mi coche era el azul de la puerta, que si... total que hice de tripas corazón, y a pesar de todo, consulté por teléfono con inspección, porque yo no le encontraba incapacidad alguna que la justificara; pues me dijeron que si él decía que le dolía, pues que le dolería, y que le diera unos días, que no me complicara la vida, que total... y se la tuve que dar, que yo no me la juego con esa gentuza, que luego encima ni te apoya inspección, ni ... anda que les den…”
De nada valió que yo me justificara diciendo que ese riesgo nos va en el sueldo, que debajo de las tejas estamos todos, porque él con toda razón decía, que vale, pero que cuando le pongan guardaespaldas lo asumirá, porque en su consultorio, a día de hoy, la seguridad que puede tener es muy inferior a la de cualquier cajera de noche en el metro, y que no tiene porqué buscarse follones con el primer macarra que le llegue a la consulta; porque encima, si es el médico el que coge al macarra por las solapas, te preparan un expediente del copón, pero si es el macarra el que coge al médico, no te lo quitan del cupo ni de coña, y encima, le tienes que atender día si día no. Y es verdad, coño, que triste.
Por todo ello, y porque nuestros pacientes parecen conocer todos y cada uno de sus derechos, pero intencionadamente ignoran cualquiera de sus más elementales obligaciones, creo que habría que replantear el tema de la baja médica con todo rigor, desde otra perspectiva. Por ejemplo, externalizando el trámite mediante equipos médicos preparados a tal efecto, que con objetividad y rigor, decidan en los casos en los que la duda sea razonable. Y que su seguimiento sea exhaustivo. 
Porque lo que no se puede aplazar por más tiempo, es el entrar a saco en temas como las molestias cervicales, el dolor de espalda, la fatiga crónica, el malestar inespecífico y un largo etc., que sí, que vale, que pueden ser ciertamente causa de baja laboral cuando por su magnitud crean una incapacidad evidente, vale... pero que en su gran mayoría, son los asideros perfectos a los que se amarran para el fraude, que a todos nos cuesta un pastón, los más caraduras de la tribu. Y si cierto es que al paciente hay que decirle la verdad, empecemos todos por decírsela en esos supuestos: “Oiga, fulano, que me parece que me está tomando usted el pelo, y eso, de mi padre abajo ni dios, así que puerta colega, que la vamos a tener”. Para obrar así, se necesitaría la certeza de que, en tales situaciones, recibiremos el apoyo inequívoco de la administración ante los previsibles problemas que, de tal actitud,  pudieran derivarse. Y que el paciente simulador, el jeta, el caradura, sepa que se va a quedar sin cobertura asistencial por un tiempo sólo por intentarlo y presionar, y que si la consiguió, va a tener que devolver euro a euro, más un plus disuasorio, la cantidad injustificada y fraudulentamente recibida.
Y si hay algo que me cabrea a tope, es que encima tienes que tragar con que vivimos en un país en el que el ladrón, para mayor escarnio ni se lo calla. No es infrecuente asistir, involuntariamente, a conversaciones en las que un fulano se jacta de haber exigido a su médico, y obtenido mediante artimañas variopintas, la baja laboral para hacerse él mismo las obras de su casa, irse de vacaciones o similares lindezas que, encima, recomienda imitar a otros. Claro, que más amargo aún es comprobar cómo sus contertulios, en vez de recriminarle su fraude y proceder de inmediato a su denuncia, cosa que en cualquier país civilizado de nuestro entorno sucedería, parecen arropar con su admiración al ladrón que así actúa. Que triste, tú…
Pero lo que más me jode de todo lo mucho que me jode, es la baja fraudulenta del personal sanitario. No me meteré con otros profesionales, que reciben sus bajas de nosotros mismos, para no enredar aún más la madeja, que mira que como me ponga a largar... pero con los que no puedo por menos de sublevarme, es con aquellos de nosotros, médicos como tú y como yo, que son defraudadores natos por bajas laborales injustificadas que sonrojan. Y todo, ante la indiferencia indolente de sus compañeros, a pesar de que en ellos mismos repercuten sus ausencias, por la  sobrecarga de trabajo. Ahí, la neutralidad no debe existir. A no ser que le quieras tapar, hoy por ti mañana por mí, porque tu seas otro que tal baila, claro. Pero si no es ese tu caso, a por ellos, sin pudor ni dolor alguno.
O sea... que no, que no es, ni debe ser tolerable. Sí, ya sé que es cierto que hasta el más templado del gremio, se puede levantar cualquier mañana con el paso cambiado,  y hasta los güebos del sistema, como tu y como yo más de una vez, vale; y con la moral rota, de acuerdo; lo cual no te exime de que ese día tengas la obligación de trabajar, aun en esas condiciones, como hacemos los demás. Oye, y si necesitas vacaciones, pues vale, pero te las pides a cuenta, pero a la tuya, no a la de los demás, de las tuyas anuales, si hombre, sí. Y si te duele el tarro, la espalda, o la moral la tienes a ras, mientras escuchas el ronroneo zorro y cabreante de la sala de espera a tope, pues trabajarás con menos ánimo, pero el metamizol o similar media hora antes de, te ayudará. Y si no, pues se lo dices al de al lado, que te cubra las espaldas y te vas para casa, que no pasa nada, hombre, que para eso estamos los colegas. Pero de ahí a pedirte una baja por faringitis...
Pues los conozco con un morro enternecedor; desde el colega que se coge la baja para irse a esquiar, hasta el que la usa para cuidar veinte días de la suegra, llevarse los hijos a Disneylandia, irse a natación a las once de la mañana porque la espalda le molesta un poco, o tener unos días para no se qué congreso en no se dónde, porque sabe que si los pide, no se los dan. O porque no le apetece viajar con la niebla de enero, para ir cada mañana al pueblo, que esa es otra. Si yo te contara...
Los abusos son el pan nuestro de cada día. El problema de las bajas laborales, no sólo es de nuestra incumbencia. Las mutuas correspondientes deberían implicarse mucho más de lo que hacen, mecanismos exhaustivos de control incluidos pero, hoy por hoy, pasan del tema como tantos. Esto no hay quien lo pare, y lo pagamos todos.
Pues eso, coño, pues eso.

Correspondencia: eltuerto@semg.es

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