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martes, 14 de febrero de 2012

Torrijas y adolescencia

Por el Tuerto

Las hacía por Carnavales, y siempre se acordaba de mí. Jacinta, la mujerita,  se llegaba hasta mi casa con su capacho, ya entre dos luces, disimulando, no siendo que la vieran las vecinas, y en cuanto se sentía segura de no ser vista, aporreaba en mi puerta. Para su desgracia, el perro que yo tenía entonces, ladraba cosa loca a sus golpecitos en el portón y montaba unos alborotos que ni dios. Cualquiera que pasara por allí, miraba la escandalera, y pillaba a la pobre Jacinta, en plena zozobra, a la puerta de la casa del médico, con el plato de torrijas de la mano, envuelto en papel albal. Pasaba con mucho de los ochenta, y para que se fuera tranquila, yo le decía que no se preocupara de lo que pensaran las vecinas, que si se enteraban de lo que ella me quería a mí, también sabían de lo que yo la quería a ella, así que estábamos en paz. Además, perro que soy, para animarla, le soltaba eso de que “era una lástima que la vida nos hubiera presentado tan tarde, que si llega a ser con cuarenta años menos, la hubiéramos liado los dos”. Oír esa perrería mía le encantaba, y sonreía de oreja a oreja, mientras negaba con la cabeza y me respondía “pero que cosas tiene, ande, ande...” Luego, le devolvía el plato, y al irse de vuelta, calle abajo, lo hacía como más ágil, menos doblada, como si sus puñeteras caderas que nunca arreglé, necesitaran menos del bastón. Y al año siguiente igual, y al otro... pero sólo una vez al año, por carnavales. Para ella, hacerlas, era todo un ritual del que me hacía partícipe, y yo se lo agradecía.
Hace cuatro años, no me las pudo traer. Por San Sebastián, mi firma al pie del certificado, achacó su muerte a un ictus, por decir algo. Me hubiera gustado poner que amaneció dormida, sin más, pero joder... que iba a quedar fatal. Ese mismo día, a la tarde, rebusqué en mis cajones y en su honor, me puse un mandil como dios manda, y me lié a hacer torrijas para el desayuno con la receta de Jacinta, que tantas veces le pedí y perdí, por desuso, y que siempre me volvía a dar, orgullosa por mi interés. A la mañana siguiente, con el café de la mano, el tañido de las campanas me recordó que Jacinta iba a hombros y sin bastón. Sus torrijas me habían quedado divinas y presentí su mueca de aprobación. El muerto al hoyo, y el vivo al bollo, puta vida.
Así que te voy a dar su receta para que las hagas, pero sólo por carnavales, ¿eh?, y te imagines, cómo me acuerdo de Jacinta, de su sonrisa, su humilde bastón, su bamboleo de andares y la cara de felicidad que ponía, mientras el loco de su médico le daba vida, insinuándole revolcones que nunca existieron.
Mira. Pones a hervir leche con azúcar (para un litro, unas seis cucharadas soperas), un palito de canela en rama y corteza de limón. Después dejas que se enfrié la mezcla y cuando ya que esté templada, pasas por ella el pan (yo suelo hacerlas con pan de barra, mejor de uno o dos días... si hombre, sí, cuando ya está atrasado, y de 2 o 3 cm. de grosor).  Las empapas bien, pero con cuidado para que no se te rompan, manazas, y luego las pasas por huevo batido y a la sartén. Se fríen en aceite caliente y abundante, de oliva, por supuesto, y cuidadito al darles la vuelta. Cuando las sacas, a un papel de cocina absorbente, y ya de templadas, les das unas vueltas por una mezcla de azúcar moreno y canela. Las vas poniendo en un plato, sin apilar, y las  dejas enfriar. Jacinta decía, que a ella le gustaban hasta de calentitas. Quedan de puta madre, y te hacen quedar con los amigos, como un marqués.
Esas serían, las únicas torrijas que yo recomendaría para los adolescentes, aunque sólo fueran para desayunar, y muy de vez en cuando, ¿eh?, no siendo que la ministra lea esto, y me mande detener por incitación al sobrepeso.
Pero, desgraciadamente, con las torrijas que yo veo a los adolescentes, son otras. Los veo en distintos grados de coma, tras la ingesta irresponsable de bebidas alcohólicas de alta graduación, cuando sus colegas, histéricos y montándola, te los traen en volandas por encima de sus cabezas, yacentes, tal que los Legionarios al Cristo, los Miércoles Santo en Málaga. Y te exigen que lo saques adelante con urgencia, que les pongas inyecciones mágicas que no existen, cuando esos capullos que ahora se muestran desaforadamente inquietos por la salud del compa, no han sabido ni querido pararle el vaso a tiempo, para que no llegue a tal estado de embriaguez. Y los pollos que se montan, ni te digo. Desde los puramente puntuales, por grescas que hasta llegan a dificultar su asistencia, hasta los medicolegales, que en frío son los peores. O sea, un montón de problemas, de los que, solo para hacer boca, te cito algunos: que si debes o no llamar a sus padres antes de soltarlo a la calle, que si estás obligado a guardar la confidencialidad del menor, que si es maduro o no... sí, hombre, como las brevas... ¿pero quién soy yo, para juzgar su prematura y supuesta madurez?... pero ¿qué coño va a ser maduro, si sus comportamientos son de clara inmadurez? vamos, venga ya, tío... por un angelit@ de 15 años, grogui hasta las cachas, yo llamo a los padres, diga el juez de guardia lo que diga, que si algo sale mal ¿sabes quien va a tener la culpa de todo?... pues el médico, coño, el médico ¿quién si no? Y cuando asistes, con estúpida cronicidad, a melopeas de chavaletes, que se la juegan y te implican, y ves, día si día también, cuadros clínicos serios en edades tan tempranas, se te abren las carnes y te entra una mezcolanza de impotencia, mala leche, estupor e introversión, que te inducen a refugiarte en la melancolía. Y te preguntas ¿realmente no hay solución?, ¿a quien interesa no  parar esa especie de estupidez colectiva llamada botellón? Y va Jaén, por decir algún sitio, o Granada, mismamente, y los organizan y estabulan a las afueras, para que, aunque den guerra o se intoxiquen hasta las cejas, den menos la vara. Y crean “botellodromos”, manda güebos, que son una especie de narcosalas, pero a lo bestia, donde los adolescentes se juntan con la clara, premeditada y manifiesta intención de empaparse en el alcohol, y a veces, ya puestos, en otras drogas más. Quién es más irresponsable, ¿el que se la coge, o el que le deja y facilita dónde y cómo? Esto ya, es que parece irreal. Si yo te contara... bueno, qué te voy a contar que tú no sepas...
Por eso quiero, esta vez sí, y sin que sirva de precedente, ponerme al lado del ministerio de sanidad, que se ha embarcado en la impopular, y nada fácil tarea, de poner coto al alcohol en los adolescentes. Quiero apoyarle, por  que sé, que le van a caer guantazos por todos los lados. Pues eso, que yo, caiga quien caiga, ayudaré al ministerio a romper el binomio cerril que une alcohol y adolescencia, así me pongan a parir. Otra cosa muy distinta y en la que no entro, es alcohol y edad adulta, que a mí, prohibir me da repelús, y el adulto informado, ya sabe con qué se la juega y allá él, que es mayorcito.
Pero el adolescente no. A ese, le consideraré maduro, cuando lo sea por ley, y mientras la patria potestad sea de los padres, su cuidado, su protección y su responsabilidad civil, también lo será. Y hay que exigírsela. Sin duelo.
La accesibilidad al alcohol, es una de las patas del trípode en que se apoya la adicción. Y antes de que llegue a ella un menor, hay que tumbar ese maldito trípode en que se asienta, como sea, que no puede ser de otra manera que, peleando contra su accesibilidad, favoreciendo el contexto cultural que le rodea, amiguetes incluidos, y mejorando su vulnerabilidad personal. Entre esas tres patas, el chaval está perdido, a los pies de los caballos. 
Y contra la accesibilidad, las medidas restrictivas a la publicidad son justas y necesarias, mal que les pese a algunos, que se duelen en varas. Y hacer una política de precios, subir impuestos, imponer y hacer cumplir horarios a los locales, impedir el acceso a los menores a aquellos en los que se consuma  alcohol, y llevar a rajatabla controles aleatorios de edades, y... cualquier medida que el ministerio tome en ese sentido, insisto, para la protección de los adolescentes, la apoyo y apoyaré sin fisuras. ¿O es que hay algún loco que se atreva a proponer lo contrario?. Salvo los que negocian con su salud...
Nosotros mismos, como médicos, mantenemos una actitud permisiva, tibia y distante del adolescente que se tambalea, en nuestras propias consultas, por evitar implicarnos, y “pasamos” de más del tema. Es necesaria una actitud comprensiva, sí, pero contundente y firme con el adolescente, a las primeras sospechas. Y con su familia, que esa es otra. Cualquier cosa, menos  ser meros espectadores de su deterioro por el puto alcohol, y engañados por la publicidad. Ningún negocio se justifica, a costa del juego con la salud del adolescente, que por definición, es menor e inmaduro.
Coñññññññño !!!, que ya está bien....

Correspondencia: eltuerto@semg.es

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