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martes, 14 de febrero de 2012


Pero que raritos somos 
Será por el tiempo. Digo yo. Pero la verdad es que, por mucho que los periódicos amenazan con esa especie de premonición histérica, voz en grito, de “va a llegar la gripe, va a llegar la gripe”, la verdad es que yo, en todo el invierno, no he visto ni una. Al día siguiente, vuelves a leer otra vez la misma cantinela amenazante, que la gripe va a llegar, y en las emisoras de radio dale que te pego con el mismo tema, creando ambiente. Pero como ya sabes más por viejo que por diablo, escuchas y enseguida te das cuenta de lo que viene detrás, que es lo importante, porque una farmacéutica te indica que el mejor remedio para ella, es no-se-qué-hierbajo que puedes encontrar tu farmacia por un módico precio. Pura propaganda. Negocio inútil porque la gripe, a Dios gracias, no aparece por ningún lado este año. Toca madera.
Y no es que este año estemos ahorrando antibióticos por lo recomendable que es el utilizarlos cuanto menos mejor. No. Ni por cumplir los absurdos objetivos del contrato programa. Que va. La verdadera razón es que hace años que no recuerdo una temporada en la que los antibióticos hayan sido tan innecesarios como en esta del 2000 al 2001. Este año, y el anterior. No hay patología respiratoria, no hay complicaciones bronquiales, no hay que prescribir apenas. Y yo que me alegro a raudales. Por mis pacientes.
Ante tan bendita e inesperada calma, para ser martes, decido tomarme un café con el farmacéutico, que está rabiao, porque con estas ventas no sabe cómo va a pagar su eterna hipoteca. Me echa, soterradamente la culpa de la epidemia de salud. Y en esas vamos, pensativos por la calle, cuando de repente me encuentro con un compañero de orla, facultad y mala vida, al que hace años que no veo. Tras los saludos de rigor, le hago patente mi sorpresa de verle por estos pagos, alejados de la mano de Dios y de las inversiones de los hombres.
-         Es que si te digo a que he venido... a ver como te lo explico.
-         Pues no sé a que viene tanto misterio. Ya casi, casi, me lo imagino por tu cara. Otro más. Así por lo menos os veo de vez en cuando.
-         Si es que yo no quería, pero mi madre no me deja en paz, y la he tenido que traer. Ya sabes,... a la curandera.
-         Pero tu madre, ¿no era profesora de Biológicas, mujer de ciencia?.
-         Sí, y qué. Pues anda, que no había allí gente ilustrada. Y mi padre, que como sabes es abogado, ha dicho que hoy no podía, pero que a la semana que viene está aquí.
Se me hace cuesta arriba comprender al ser humano. Cada día más. Y al mismo tiempo, lo entiendo cada día mejor. ¿Contradicción?. No, ninguna: entenderlo, lo entiendo, comprenderlo no.
Puedo entender, que una persona que ya no tenga nada que perder, aturdida por su final, cierto y a corto plazo, desahuciada por la medicina tradicional, busque más allá de toda lógica su tabla de salvación física, donde sea y como sea. Aunque le tomen el pelo.  O que un padre, desesperado por la canallada que supone ver a las puertas de la muerte a un hijo, niño aún, se ponga el mundo por montera y agote todas las posibilidades, incluso las más absurdas. Pero ese no es el caso.
La curandera de mi pueblo, está la mujerita en las últimas. Después de lo que tardó en aceptar la necesidad de operarse de cataratas, hemorragias maculares bilaterales, repetidas, la han dejado casi ciega. Anciana entre las ancianas, sus bastones ya forman parte inseparable de su cuerpo. Con orgullo, aún no vencido, tiñe y peina su pelo blanco con ese blanco azulado de frasco, que le da cierto carisma. Levanta la cabeza, altiva, la barbilla temblorosa, como un lactante boca abajo que busca con ansia otear su pequeño mundo. Pero los años no pasan en balde y se adivinan prestos a rematar la faena final. Aún así, conserva todo su halo de misterio, necesario a sus quehaceres, entre estampas, plumas de ave y su aceite de oliva, con la que dibuja crucecitas mientras reza, sobre placas de psoriasis, que es su “especialidad”. Y no veas la clientela que tiene.
Me llevo muy bien con ella y ella se lleva muy bien conmigo. Nos conocemos, nos respetamos, nos comprendemos. Yo, incluso trato los problemas de piel de su marido. Cada uno en su papel. Admiro su fé, inútil y absurda, en sus propios poderes, pero no nos lo decimos. No cura nada de nada, pero sabe hacerlo tan bien, que hasta el más desconfiado se confía a ella al menos por una primera vez. Aunque luego no vuelvan, la primera vez pican.
Y ahí está la cuestión. Apenas acuden a su casa los lugareños, que sería lo lógico por su bajo, y comprensible, nivel sociocultural. No. Esos van al médico del seguro. Esos me dan la barrila a mí. Los que acuden, en tropel, a recibir sus rezos, sus cruces, sus miradas, son abogados, profesores, pilotos de Iberia, médicos, familiares de médicos, otros sanitarios, pintores, sacerdotes, hosteleros, escritores... gente con una infraestructura mental y científica supuestamente sólida. ¿Seguro?. Hombres y mujeres de ciencia que necesitan imperiosamente creer en algo, porque no creen ni en ellos mismos. Gente que luego aplica el protocolo, el método científico y las coordenadas cartesianas, en el resto de su tiempo, en su profesión y hasta en su ocio.
¿Cómo es posible ese absurdo?. Porque lo es, sin paliativos, el que una médica lleve a su marido allí o el que un médico cirujano confíe a ella la curación de su propia madre. ¿Porqué tanta necedad?. ¿A qué viene ese irrefrenable afán de comprobar en sí mismos lo indemostrable?. Estamos perdiendo el norte, si es que no lo hemos perdido ya. Actuamos por la fé, aunque nos demos de bruces con la propia estupidez ante el espejo.
Aterra pensar que un piloto, que maneja basándose en leyes físicas de precisión  incuestionable una especie de autobús con alas, de un lado a otro del mapa en un momentito, esté pensando en aterrizar con matemática precisión entre la niebla... para venir a mi pueblo a que le vea la curandera. ¡Venga ya!.
¿Será por eso que no me gusta volar?. No me extrañaría nada.
Pero es que lo del cirujano... eso si que tiene mecha. ¿Y lo del profesor?.
Nos estamos volviendo raritos. ¿Viva la ciencia?.  


correspondencia: eltuerto@semg.esa escribir aquí.


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