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martes, 14 de febrero de 2012

Sencillamente injusto
 
 
El tuerto

Volviendo la vista hacia atrás, sin ira, es evidente que la asistencia sanitaria que hoy día  prestamos a la población, ha ido mejorando poco a poco y es de mejor calidad que la de hace tan sólo unos cuantos años. Más fácil en su acceso, más rápida en sus prestaciones, más universal en su cobertura, más suficiente en sus medios. Es un motivo de satisfacción y de orgullo para todos los que la hacemos posible día a día y debería ser también, objeto de reconocimiento social explícito, cosa que aún dista mucho de conseguirse. Pero todo se andará.
Sin embargo hay que reconocer que el acceso, libre y gratuito, a determinadas parcelas de esa asistencia sanitaria, cuya cobertura es vital para todos, sigue estando vedado para el común de los mortales sin pasar por ventanilla. Es universal en su cobertura poblacional, pero no lo es en sus prestaciones. Y no se por qué.  Me refiero, por ejemplo, a la odontología, que incomprensiblemente continúa siendo una parcela en manos de la medicina privada, en exclusiva. Y no hay motivo coherente alguno que justifique tal situación. Ni tan siquiera el económico.
Eso no puede, ni debe, continuar así ni un solo día más. Es una situación discriminatoria, vergonzante y trasnochada con la que hay que acabar, pero de inmediato. La odontología debe ser también, de prestación universal, libre y gratuita, dentro del Sistema Nacional de Salud, como cualquier otra especialidad médica. Desde ya y se pongan como se pongan los profesionales del sector. Pero nada de entrar a formar parte en planes a largo plazo, a cubrir en diez años o más. No, no. De eso nada: gratis desde ya mismo.
A ver, ¿porqué no?. No encuentro razón lógica alguna, que justifique su diferencia respecto a cualquier otra prestación de la Seguridad Social. ¿La hay?. Pues que alguien me la explique, porque yo por más vueltas que le doy, no la encuentro.
Es ridículo, y doloroso, ver como me las he tenido que apañar, hace un momento,  para explicarle a uno de mis pacientes que la asistencia sanitaria a la enfermedad que tiene en su boca, no está cubierta por el Sistema Nacional de Salud. He tenido que hacer requiebros, carraspeos… auténticas alharacas… para decirle, amén de lo imprescindible de su tratamiento, que eso le va a costar, además, un pastón. Y he visto en sus ojos la sorpresa, la incredulidad y la ironía, cuando me ha soltado de corrido eso de:
            “Pues no comprendo nada, oiga, que quiere que le diga. Osea que me ponen el marcapasos hace seis años, y no me cobran nada. Después la válvula en el corazón, y tampoco tuve que pagar. Luego cuando me partí la cadera, ¿se acuerda?, me metieron una pieza de dos cuartas, y gratis. Me operaron de las  cataratas y me pusieron dos lentes dentro de los ojos, oiga y veo muy bien… y ni un duro. Y cuando me operaron de la hernia, aquella que se me estranguló… igual, y lo mismo cuando me dieron lo de las corrientes por lo del hombro… Bueno y ahora para la rehabilitación, que me vienen a buscar todos los días con la ambulancia, también me entra por el seguro. Que no me quejo de nada, oiga, pero… Y ahora me dice usted, que lo de la boca… ¿me lo tengo que arreglar yo?, ¿y qué hago?. Porque el dentista me ha dicho que por cada pieza de esas tres que me tiene que arreglar, me va a llevar treinta y cinco mil pesetas. Ya le he dicho que me las saque y ya está, pero él dice que no, que eso sería una barbaridad, que si no a ver donde me va a sujetar la dentadura, por la que me va a llevar otras ciento diez mil más. Y no le quito la razón, porque si me las saco, ¿dónde la voy a sujetar?.  Bueno, pues eso yo, porque al chico, le ha hecho un presupuesto de doscientas catorce mil pesetas… Ya me dirá de dónde voy a sacar yo ese dinero, cobrando como cobro setenta y dos mil de pensión.”
Se me cae el alma a los pies. Otro más que no se va a arreglar la boca. De nada han valido mis explicaciones. Ni le he sacado de su desasosiego, ni he sido capaz de hacerle comprender esa memez tan manida de que “las demandas no tienen límite y los recursos son limitados”… para lo que quieren, claro. Y continúa:
            “Pues, ¿no dicen que la asistencia sanitaria es gratuita?. ¿O es que lo de la boca no es ninguna enfermedad?. No, si al final, siempre hay un motivo para dar las gracias a Dios, oiga… porque menos mal que lo del chaval grande, cuando se cayó en la obra para el patio interior, ¿se acuerda?... menos mal que era por accidente de trabajo y le entró todo, porque fíjese que si me toca pagar a mí el millón y medio que le costó arreglarse lo que se hizo en la boca… ¿y lo de la vejiga?… ¿y lo de la pierna?… bueno, es que no lo quiero ni pensar, porque… a ver… si no, se me habría muerto”.
Y tiene razón. Más razón que un santo. Pero de las de “un santo” de los de verdad, de esos de toda la vida, no de la de los fabricados en 25 años, deprisa y corriendo.
Tiene razón. Y, hombre, mira tu por dónde, que me ha dado una idea divina. O casi.
Pero si es que, ahora que me acuerdo, pasado mañana mismo, tengo que empezar yo, personalmente yo, con mi dentista. Con ese que el otro día me dijo, desviando su mirada y como de pasada, que… en fin… que como soy médico… que en fin… ( esa es otra !)… que me lo iba a dejar en, que si esto que si aquello… en unas doscientas cincuenta mil de las de vellón. Miedo me da traducirlo a euros, virgen.
Osea… que pensándolo bien… si ahora me echo a correr por el pasillo del Centro de Salud… hago como que tropiezo… osea… y me pego un guantazo contra el suelo… osea… vamos, que me puede salir gratis… y si además, en compadreo con el compañero de guardia, me da la baja por accidente laboral y certifica que lo de mis piños, es por el morrazo que me acabo de pegar en el trabajo… osea… accidente laboral.  ¿Gratis total?. Joder, que descubrimiento más provechoso acabo de hacer. No está nada, pero que nada de mal, ¿eh?.
A ver si me convenzo un poco más, y en cuanto termine de escribir esto salgo volando a estamparme contra el final del pasillo. Me fastidia, no creas, porque me tendré que quitar las gafas… y sin gafas, lo mismo me equivoco, me salgo por la ventana y la cosa termina, en vez de en morrazo… en un pan como unas ostias. Virgen santa, lo que hay que hacer para poder comer a gusto, masticando bien !.
Bueno… tal vez no debiera publicar esto… porque me van a salir imitadores a mogollón y puede ser considerado como inducción al fraude, como proposición de falsedad documental, como... Y a este paso puedo terminar esposado y procesado, compareciendo sin piños y sin gafas, ante un garzón de tres al cuarto. Y lo mismo me manda a chirona, el capullo de él. Y tampoco es eso, oye, que uno también tiene su corazoncito.
Lo he estado hablando, ahora mismo, con mi compañero de guardia. Y le he visto como, mientras le contaba mi idea adoptiva, su cara ha ido cambiando. Se ha levantado despacio, sin decir una palabra, absorto en sus pensamientos y, con su rostro transformado por un freudiano reflejo infantil, me ha soltado eso de “Yo manix”. Me he quedado de piedra y he contestado con simetría de adolescente: “Yo segas”. Y sin más, nos hemos chocado al intentar salir a todo trapo por la puerta.  Tras el encontronazo, le he tenido que sujetar, porque quería salir corriendo, ya mismo, a desmorrarrse contra la pared de la sala de Urgencias, y le he tenido que convencer, que… tranquilo, que ahora no, que ya lo planificaremos con más calma…  y que en todo caso, tío, a la cola… que yo lo pensé primero. Nos hemos quedado pensativos, como azarados, mirando al suelo. Y de repente, como por lo bajini, le he oído susurrar:
            “Al próximo venao que venga con ganas de follón, le voy a decir eso de: ¿no decías que me ibas a partir todos los dientes?, a que no te atreves, gilipoyas, que tu de boquiqui mucho pero luego… y si pica… oye, eso que me ahorro”.
Dios mío, como va a estar el patio. Ahora resulta que nos enzarzaremos, entre nosotros en urgencias, por poner de inmediato, ante el macarra de turno, la otra mejilla. Discutiremos diciendo eso de: “Oye, colega, haz el favor de apartarte que este fulano me estaba pegando a mí, no a ti, listo”. E incluso con toda cortesía, en el fragor de la pelea, se oirá quien diga: “¿Por favor, le importaría darme otro mamporro tal que aquí?”. Que horror. Virgen Santa.
No puedo dejar de pensar en las bajas laborales que van a producirse en los próximos días en los Centros de Salud de toda España.  No habrá suficientes sustitutos para cubrir nuestra imparable y súbita accidentabilidad. Volveremos locos a los epidemiólogos, que se devanarán la sesada intentando adivinar porqué los accidentes de los médicos, ahora durante sus turnos de guardia, terminan todos indefectiblemente en cirugía maxilofacial y con piños nuevos. Se van a volver majaras, intentando dar con la causa. El chi cuadrado no les encajará nada de bien, y la odds ratio, esa, ni te digo.
Asistirán incrédulos a la visión de grupetes de colegas discutiendo, en torno a una mesa, cual es la esquina más idónea para partirse los incisivos centrales, cual para el cordal superior… otros querrán elegir el pomo de la puerta para los caninos… e incluso los habrá que estudien como tirarse mejor, de las ambulancias en marcha, para acertar a destrozarse los premolares. Todos como locos, andaremos buscando el trauma idóneo para el gratis total de las arcadas dentarias. Que locura, Dios mío. A qué conducirá todo esto.
¿Encontrarán los epidemiólogos la causa de tal desmadre?. Y si lo logran, ¿se aplicarán ellos mismos al cuento?.
Por Dios, que alguien lo impida: Odontología gratis total ya. Para todos.
Por favor… también para los médicos.


correspondencia: eltuerto@mundofree.com

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