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martes, 14 de febrero de 2012

Hijos de un dios menor

Por el Tuerto

(...“ Más triste que un torerooo, al otro lado del telón de aceroooo. Así es-toy yo, así es-toy yo, sin tiiiii... errante, como un taxi por el desiertoooo, quemado, como el cielo de Chernobil, solo, como un poeta en el aeropuertoooo...así es-toy yo, así es-toy yo, sin ti”...  Joaquin Sabina.)

Las huelo de lejos. No sé porqué, pero las huelo de lejos. Estoy empeñado en que tiene que ser algo físico, orgánico, corporal, pero por más vueltas que le doy, no puedo demostrarlo. Quienes me conocen, dicen que lo que pasa es que soy un neuras, sin más, cosa que no descarto. Pero yo me empeño, para mi defensa, en que tiene que haber un trasfondo de vulnerabilidad física o algo parecido, porque no deja de ser curioso, que sea capaz de barruntarlas a cierra ojos, incluso estando en espacios cerrados y sin vistas al exterior. Noto algo, no sé qué… vamos, que se me eriza el pelo, tal que a un gato, y las intuyo. Las puñeteras tormentas me dan grima, no puedo evitarlo. Me pongo   tenso, en hiperalerta, de los nervios…“y-que-le-voy-a-hacer-si-yoooooo…NO nací en el mediterráaaaaneooo…”  Total, que para la ciencia, soy un fóbico, má o meno, y para mí, que tengo una sensibilidad especial para presentirlas. Sea como fuere, ambas posibilidades conducen inexorablemente a lo mismo: soy un acojonao y los relámpagos pueden conmigo. Si los veo, me acojono. Punto. Las conozco desollao… y las evito, cuanto puedo, claro.
En mi inútil defensa, te diré que mucho tendrá que ver, digo yo, el que con 17 años, estando una noche de camping, abajo del cañón del Puerto del Chorro (Málaga), a otro colega y a mí, casi nos matan tropecientos mil rayos. Un tormentón que nadie esperaba, a las tres de la mañana, hizo del regato aquel, en un pispas, una auténtica torrentera. Se puso a crecer a lo loco, de repente, y calados hasta los huesos, nuestra única salida fue trepar ladera arriba, para huir de la avenida, hasta alcanzar la caseta del guardagujas, al lado de la vía del tren, para refugiarnos. En ese intento por salvar el pellejo, mientras trepábamos por las paredes del cañón, los rayos restallaban en las peñas, con golpes secos, y a cada trallazo se me repujaba el alma. Y los que, en vez de pegar en las peñas, caían al agua, hacían el mismo maldito ruido que al meter un hierro, al rojo vivo, en agua fría. Pero a lo bestia, claro. Y en esas, añádele que los relámpagos lo iluminaban todo de un azul canalla, eléctrico, vibratorio… lo que provocaba la sensación de que los peñascos se movían, y que era inminente que te iban a sepultar en su caída. Jodeeeer!!!...  ¿Comprendes porqué me sudan las manos y me rasco la coronilla en este mismito momento?. O sea…  El guardagujas, al que no conocíamos de nada, cuando nos vio aparecer en aquel estado por la puerta de la garita, se hacía cruces. Nos llevó, entre mil relámpagos, hasta su humildísima casa, cien metros más allá. Despertó a su mujer, nos dejó con ella, y él se volvió a la caseta, a trabajar. Aquella santa, nos secó la ropa, nos dejó una cama, limpia como una patena, nos tranquilizó… y a la mañana siguiente, nos preparó un desayuno inolvidable, con huevos fritos, chorizo del humero, panceta, y un café con leche en tazón. Nos daba vergüenza devorar aquello a dos carrillos por la humildad que todo transmitía… pobre mujer… ¿de dónde coños sacaría aquel pan tan reciente? Cuando nos despedíamos, mochilas al hombro, creo haber visto los geranios más bonitos de mi vida, allí, a la puerta. Como que hay Dios, que esa pareja de ángeles, se ganó la noche aquella el cielo. Nunca olvidaré su generosidad, su bondad, su desinteresado amparo. Jamás volví a verles, aunque mil veces me prometí que lo haría. El año pasado, en el Talgo que va a Málaga, (¿o a Almería?), crucé aquellos parajes, con la cara pegada a la ventanilla y, recordando aquello, tuve que entornar los ojos. Se me hizo un nudo en el alma, que ya dudaba de si emoción o infarto, por su terquedad. Si es que te topas con gente buena donde menos lo esperas… Puta vida.
Bueno, pues esta mañana, cuando estaba terminando la consulta, la empecé a barruntar. Tormenta en febrero, es absolutamente inusual por estos pagos. Al venir hacia casa, empezó la jarana, con remolinos de viento, truenos, y el agua cayendo a jarros desde un cielo ceniciento por su mala leche. Mientras comía con la luz encendida, no se veía ni a cantar y se fue la luz. Al rato, descubrí que el teléfono estaba de adorno, mudo como un ladrillo, sin línea… buenoooooooo…
A la hora y media volvió la luz, pero el teléfono, ni flores. Llamé a Telefónica por el móvil, sin apenas cobertura. Y venga a escuchar cancioncillas por el auricular, cosa que me sienta fatal, y que si tal pulse uno, que si tal dos, que si “permanezca a la espera”… y dale con las cancioncillas. La cosa fue in crescendo, hasta que me encabroné del todo cuando, una pájara, la indiferencia hecha voz, terminó nuestra conversación prometiéndome que “antes de setenta y dos horas”, la avería sería solucionada. La madre que la parió… que vá y me dice “antes de setenta y dos horas” y se quedó tan fresca. Mira, me puse…  me daban ganas de escarbar, olisqueando el suelo, antes de empezar a pegar derrotes al aire. Vamos, que me quedaba tres días sin teléfono, como que estoy sin abuela. Bueno, tan me puse, que al final me reía de mi propio cabreo, excelente terapéutica ad hoc, oye, que coronarias tengo las justas y no es cosa de tirarlas por la borda por semejante pijada. Tampoco era para tanto, hombre, por Dios, mira que ponerme así… Recuperé el autocontrol a base de guasa, y me dio por filosofar, claro.
Es que somos la leche. En el mundo occidental, ya no somos lo que éramos. Ni de lejos. Los humanos de hace no más de un par de siglos, nos daban papas con onda en todo. Aquellos hombres eran válidos, sensu estricto. Nosotros… sólo somos hijos de un dios menor, seres minusválidos, subproducto final de generaciones en total ausencia de selección natural alguna, e incapaces de sobrevivir en condiciones naturales. Por nuestra cuasi infinita dependencia de la tecnología, somos seres inferiores, menores, sostenidos por la ciencia sí, pero abocados por ella, sin remedio, a nuestra desaparición como especie, de la faz de la tierra. Cuanto más avanzamos en tecnología, más al borde del abismo estamos. Y lo que llamamos eufemísticamente desarrollo, no es más que una concatenación de retrocesos, que nos debilitan e invalidan como especie y nos acercan a empujones al vacío. Estamos tocando el fondo… esto se termina, colega…
Por eso me reía de mi propio cabreo, ante el teléfono muerto. Un pequeño fallo nos descoloca. Si sales a la calle dejándote el móvil en casa, te sientes desamparado e inútil; si la luz se va, perdido; si el grifo queda seco, inerme.
Imagínate que mañana se lía la cosa, que está de ser, y será, y nos quedamos sin petróleo, sin electricidad, sin agua al grifo. ¡¿Qué?!.
Occidente sobreviviría... ¿cinco años?. El resto del mundo, poco más. Nadie más allá de diez o veinte y, con certeza, sólo lo lograrían los más parias, los menos desarrollados, los más primitivos, justo a los que despreciamos por su miseria hoy. Cuan equivocados estamos, compañeros minusválidos, y como nos gusta el autoengaño de nuestro pedestal tecnológico. En realidad, los supuestamente más débiles, los atrasados en todo, son los más fuertes, y los que creemos dominar el mundo, los que imponemos las normas, no somos más que la bazofia, el batallón de los inútiles. Abre los ojos, colega…  
Ya me dirás si este mundo sería mundo, si mañana te quedas sin luz y sin petróleo; o sea, adiós al ordenador, PDA, microondas, lavadora, lavavajillas, frigorífico, televisión, reloj, radio, vitrocerámica… adiós al coche, la moto, el tren, sin avión, ni viajes de vacaciones. Me imagino ya en burro, y a la gente en artilugios de tracción animal por carreteras de barro, sin bolígrafo, ni antibióticos, con media docena de fármacos, sin lentillas, ni resonancias, ni ascensores…Sería dramático, no sobreviviríamos ni uno, que yo conozca.
Imposible vuelta atrás. Nuestra única esperanza, es la huida hacia delante, a la desesperada, ¿cuanto antes hacia el caos?. Pues hay gente, maravíllate lorito, que lee los libros de atrás a delante, de derecha a izquierda, de abajo arriba. Que apenas emplean la luz, el gas o el petróleo, pero que nos los venden. Hasta que se harten, claro, y nos pueden cerrar los grifos, para más INRI, a su antojo, pasado mañana mismo. La asfixia de occidente, al caer.
Y mientras tanto, (gilipollas del mundo uníos !!!), los hay que se creen más progres por decir NO a la energía nuclear, por menospreciarla, por renegar de ella. Claro, a pesar de que la importamos a raudales, de Francia, sin ir más lejos. Y se ciegan, y autoconvencen, y se les calienta la boca hablando de ecología, de naturaleza, de… ¡Ay!, insensatos…
Chernobil no fue ayer. El mundo a dado muchas vueltas desde entonces. Y ni se parece. Cuando Chernobil casi nos achicharra, yo me iba a dieciséis kilómetros a pasar consulta,  por carreteras de rollos, o sea, de piedras del tamaño de un puño, sueltas, en ausencia total de brea, y recibía los avisos en el locutorio de teléfonos del pueblo, que otro no había, a los que contestaba arrimando los labios a un cono negro de vakelita, insertado en una caja de madera clavada a la pared, poniéndome otro similar en la oreja, mientras la telefonista le daba a la manivela aquella de la centralita. Oye, que no estoy de coña, tú, que te lo digo en serio. Y otros compañeros, se desplazaban a sus consultas a lomos de una mula, como lo oyes. ¿Qué cuando fue aquello?, coño, pues antes de ayer. Sí, sí, pero desde entonces ha llovido a mogollón, ¿eh?, y Chernobil ya es historia. Hoy las centrales nucleares de nueva planta, son otra cosa e infinitamente más seguras.
O apostamos a muerte por la energía nuclear, desde ya, o el caos pasado mañana. Tu mismo, pero espabila, que nos quedamos atrás. Y se tardan años en construir. Pero que opinen de ello sólo los que sepan, que esto no es para un referéndum, que la demagogia sale gratis, pero luego la pagamos todos.
A mí que no me quiten el microondas, ni la lavadora, ni una ducha calentita, y ya puestos, tampoco este puto ordenador, al que le voy a dar un mamporro en cualquier momento, hartito que me tiene, que se pone a corregir mis expresiones sin que nadie se lo diga. Me tiene negro, el muy cabrón.
Pero le necesito… Como a la energía nuclear, claro.


Correspondencia: eltuerto@semg.es

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