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martes, 14 de febrero de 2012

Yo también estuve a punto 
Por el tuerto 
Yo también estuve a punto. Tenía que coger un tren en Atocha el 11 M, pero a las cuatro de la tarde. Por eso me salvé, por pura casualidad y no hay que darle más vueltas. Bueno, a lo mejor también, porque dicen que sólo se mueren los buenos, y yo soy malo como yo sólo. Menos mal, porque si no...
Es evidente que aún no había llegado mi hora y por eso me salvé. En mi pueblo dicen que “Si está de Dios, hasta en la cama te espiernas” , lo que traducido a román paladino quiere decir que, el día que te llegue tu hora, te llega, estés donde estés, y aquí paz y después gloria. Y punto.
Pero mi hora no había llegado. Parece ser, porque si no... de Madrid al cielo, nunca peor dicho. Desde ese día, creo que en el cielo hay 190 ángeles más. Por lo menos, porque cuando esto escribo, todavía hay muchos que están en el limbo de las  UVI´s de los hospitales, dudando si subir o no. Y otros muchos que no subirán, pero a los que habrá que ponerles prótesis de piernas, de manos, de ojos, retazos de piel... y que necesitarán de una ayuda ingente de todos nosotros, para sobrellevar su dolor y su desconcierto, que es y será eterno. Pobrecitos míos.  
Pero yo también estuve a punto. Lo que pasa es que esos desalmados sedientos de sangre, esos animales con corazón de hiena, prefirieron matar al amanecer, como los lobos, para poder, a la hora en que mi tren salía, dormirse una siestecita.  
Que terrible paradoja. Me refiero a “esos animales”, cuando en realidad tamaña salvajada sería incapaz de llevarla a cabo cualquier animal. Que los animales me perdonen. Pero es que no encuentro otra manera de calificarlos, mal rayo los parta a todos ellos. Es lo mismo que cuando hablamos de hechos “inhumanos”,a sabiendas de que sólo el ser humano, es el único capaz de hacer esas canalladas “inhumanas”.
Que salvajada, tan atroz, tan estúpida, tan inútil, tan innecesaria. He de reconocer que mientras conducía el coche, a falta de mi tren que nunca pudo salir, oyendo la radio lloré. De rabia, de dolor, de impotencia. Probablemente como tú, como todos...
Lo mismo sentí el día de Nochebuena, cuando uno de mis hijos, con mil ilusiones en su equipaje, volvía a casa, como el turrón, en tren y desde Chamartín, a las cuatro de la tarde. Pero ese día, las Fuerzas de Seguridad del Estado, impidieron que se produjera una atrocidad matemáticamente similar a la del 11M, por idénticos lobos  de igual pelaje, al detener a los asesinos justo unas horas antes. Para entonces, sus mochilas llenas de muerte, que no ellos, cobardes hijos de puta, iban ya en el tren para reventar en Chamartín, mientras mi hijo esperaba en el andén. Felicité por email al Ministro del Interior, porque de bien nacido es ser agradecido y yo soy lo uno y lo otro. Y por eso también le vote a él, el 14M.
Aquella salvajada se pudo evitar, y se evitó, pero se olvidó por todos. Y en menos de 48 horas, oye, nada, que como si no hubiera existido. Pero los otros lobos, al acecho en sus guaridas, aprendieron con avidez su método de trabajo y si sus profesores fallaron, ellos no. Esta vez no se pudo evitar, no pudo ser, y no lo olvidaremos jamás. ¿El collar de los mastines?, me tiene sin cuidado. ¿Que aquellos eran galgos y estos eran podencos?. Perros ambos. Unos llevan 851, los otros 200. Ganan cuatro a uno.  Los dos perderán.  
Y ahora todos queremos olvidar cuanto antes el 11M, y marcar las diferencias, y volver a las rutinas de siempre, y pasar página desde ya. Pues no. No tenemos derecho a olvidar, no podemos ni debemos olvidar. Ni a los 851 ni a los 200. Perdonar, allá tú. Yo no. Yo ni perdono ni olvido.
Y lo que me duele, es que ahora, cuando me miro en el espejo del alma, cada día me conozco menos. Toda mi vida opositor firme y convencido contra la pena de muerte y ahora, ante hechos como este, se me tambalean mis antes sólidos pilares del pacifismo intimo y activo. Y tengo unas ganas horribles de retractarme de mis propios principios, de repensarme mis planteamientos morales. Que Dios me perdone. No sé. Estoy hecho un mar de dudas, pero mejor que no lo sometan a referéndum, porque vete a saber qué coños votaría yo... bueno, sí que lo sé, pero no te lo voy a decir. No sigamos por ahí... ese no es el problema.
El problema es como podemos y debemos encarar, tu y yo y la sociedad entera, tan repugnantes atrocidades, porque ya han sido, son y serán, tan frecuentes, tan habituales, que corremos el sucio riesgo de acostumbrarnos a ellas como el que se acostumbra a pagar sus impuestos cada año. Dios nos libre de caer en esa trampa. Ni son, ni deben serlo jamás, consentidas, comprendidas, disculpadas o entendidas por cualquier persona con un mínimo de cordura. Nunca. En ninguna circunstancia. Bajo ninguna bandera.
Pocas cosas tengo claras respecto a la violencia, después de dedicarme a estudiar, años y años, la agresividad humana. Pero tengo meridianamente claro un dogma.  Sólo uno. Pero básico, primario, elemental y cierto. Su validez no admite dudas si  lo aplicáramos constantemente, todos y cada uno de nosotros, día a día, en nuestra convivencia en sociedad. Pero todos. Sin excepción ni doblez alguna.
El dogma al que me refiero es: “El empleo de la violencia no puede generar ventaja alguna para el que la utiliza”. Nunca. En ninguna circunstancia. Fíjate que fácil, ¿no?. Pues conjurada la sociedad entera bajo ese dogma, pilar fundamental de la lucha contra la violencia, tendríamos la partida ganada de antemano. 
El violento, por más que se partiera los cuernos contra ese estandarte colectivo,  por más salvajadas que hiciera, terminaría por constatar que ser violento le sería inútil. Pero de ese dogma se deriva también que, con el violento, por más que lo sea, no se negocia, no se pacta, no se discute, no se dialoga, no se le tiene en cuenta para nada, nunca, nadie, en ninguna circunstancia. Y hay que hacerlo. Al violento, se le aplica la ley y punto, así nos mate a tres, a trescientos o a tres mil. Su violencia se le demostraría inútil. Siempre. Y lo inútil, se abandona.
Pero vivimos en una sociedad estúpida, cobarde, dividida y aprovechada, en la que el empleo de la violencia manipula voluntades, consigue ventajas, supone beneficios, da estímulos, trastoca decisiones y hasta consigue adeptos. Terrible moraleja, el empleo de la violencia se vé como útil. Triste corolario, se muestra necesaria y hasta deseable para ciertos colectivos. Sacarán tajada de ella. De ahí a su empleo, un paso. Por eso no sueñes con mundos mejores, colega, pierde toda esperanza.
Porque mientras personas honradas, con las manos limpias y la cabeza alta, se empecinaban, por primera vez en nuestra historia y con todo conocimiento y razón, en aplicar el dogma contra la violencia, cayera quien cayera, en beneficio de todos, otros ya en sus grutas mascaban lo contrario. A primeros de año. No me vale si tenían adeptos que les apoyaran o no.  En eso, aunque sólo sea en eso, los más, si es que lo son, no pueden ganar a los menos. Sería algo tan zafio y tan absurdo, como dejar opinar a los estudiantes de primero de medicina, en plebiscito, si se debe o no llevar a cabo la intervención, programada y decidida, por el cirujano cardiaco.
Pues ha sucedido. Porque apareció en escena un imbécil, retorcido y pseudoprogre, un cualquiera, un memo, un salvador de patrias, un aprovechado resentido con la profesión de su propio padre, del que hasta renunció a su común apellido, que se pasó el dogma por el forro de sus caprichos y nos amargó, con su traición, la vida al resto. Reconoció al violento y puso precio a su violencia pactando medroso y negoció con él, concediéndole ventajas que jamás hubiera podido obtener de otro modo. Craso error. Y encima contó, en su equivocada actitud, con los apoyos que el miedo consigue. Creyeron haber conseguido la luna, mirando sólo al dedo del memo que la señalaba.
Apenas dos meses después, otros matones aprendieron la lección. En ese país se negocia, todo es cuestión del número de muertos que pongas sobre la mesa. Y la liaron. La historia se repite.
Pues nada, nada. Lo que necesitaremos será un eficaz embajador, por ejemplo el Sr. Perez Carod, de demostrada experiencia, que vaya a ver a Bin Laden para decirle que vale, que nos rendimos. Que para cuando quiere Al Andalus. Que aceptamos, que oímos su mensaje cuando las Torres Gemelas, que lo citó por dos veces, aunque todos nos hicimos los sordos. Que en otro vídeo lo volvió a repetir, que le oímos y nos volvimos a hacer los sordos. Pero que ahora ya no, que si quiere Al Andalus, que nos lo diga, que se lo damos, que no hace falta que maten a más. Que visto lo visto, se lo entregamos ya, mañana mismo, pero que pare ya con su barbarie. Por Dios, por Alá, o por quien sea. Pero que pare, que nos rendimos.
Cerrado el círculo, apañados vamos.
El último que apague la luz.



Correspondencia: eltuerto@semg.es

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