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martes, 14 de febrero de 2012

Eso si que nunca más 
El Tuerto 
...Dicen los viejos / que en este país / hubo una guerra/ y en dos Españas / se guardan aún / el rencor de viejas deudas...      (“Libertad sin Ira”.  Jarcha)

Estoy de guardia, un día más. No, no es por afición, que va. Simple instinto de supervivencia. O sea, vamos, que por necesidad, que si no, de qué. A ver, me las tendré que apañar de alguna manera para sacar un sueldillo medio digno que me permita llegar a fin de mes, ¿no?. Con lo que me pagan, si no hiciera guardias, llegaba cerca. Y con ellas, pues poco más lejos. Vamos, que para ir tirando. Claro, que cada vez que pienso que la mujer que me friega en casa me cobra más por hora que lo que la administración me paga a mí neto, por hora de guardia, me pongo de los nervios. Y no por lo que ella me cobra, pobrecita mía, todo lo contrario, si no por lo que a mí me pagan. Entre otras cosas, porque yo con cada cual me la juego y ella, como no se corte fregando un vaso, ya me dirás su riesgo. Así que no sé donde coños está mi ganancia de esta tarde, pero sí dónde radica mi cabreo, claro. Hombre, la ventaja está en que ella me trabaja tres horas, y yo por guardia hago dieciséis seguidas. Nada, nada, que soy un afortunado. Loco consuelo el mío.
Al menos, la guardia transcurre en calma, y ya son las cinco de la tarde. La cosa está tranquila, pero yo, estoy hasta el moño. Aunque sólo sea por estar enjaulao en el Centro de Salud, te cabreas. Dicen que eso también va en el sueldo. Pues vale. Mato el tiempo acodado en el mostrador del administrativo, que tiene un ventanal hacia la carretera que pasa delante del Centro. Los coches van como venaos, no se para qué tanta prisa. Luego, pasa lo que pasa, claro, y entonces, te llaman para arreglar el desaguisado. Cuando tiene arreglo, que esa es otra. Y la niebla quiere bajar otra vez, mal rayo la parta. Hace frío y está gris.
De repente el timbrazo, por hablar. Un aviso. A trabajar.
Por la puerta aparece Horacio, un hombre anciano, encorvado y enjuto. Tiene 84 años. Vive en un pueblo de apenas 260 habitantes, que está a 21 km. del Centro. La cayada, con la que se ayuda en su tambaleante marcha, no tiene taco de goma en la punta y hace un ruido peculiar al apoyarla en el suelo, cuando entra. A cada paso, se la juega, porque como se le resbale en el terrazo, se me parte la crisma aquí mismo. Viene serio, silencioso, como pensativo. Cuando da las buenas tardes, evita la mirada. La brevedad de su saludo, refleja una buena dosis de tensión contenida. Las puntas del cuello de su camisa blanca, abrochada y sin corbata, miran cada una para su lado, retorcidas. Se la ha puesto limpia para venir, seguro, y ya la trae manchada de sangre. Le viene desde la frente. Ha venido en el taxi, sentado con la cabeza echada hacia atrás y hacia ese lado. No quita la gorra que trae puesta, como encasquetada adrede, porque aprisiona un pañuelo cuidadosamente doblado sobre su frente. Por debajo, se le escapa un hilillo de sangre que le resbala por la mejilla, hasta el cuello. Parece tranquilo y eso le da a la escena un plus de dignidad, como del torero que desprecia el alcance de la cornada.  Pero la cara de su mujer, de negro de pies a cabeza, a su lado pero detrás, la firmeza con que sus dos manos, al unísono, sujetan el asa del viejo bolso de skay y la fuerza con que oprime los labios, con el mentón arriba, y el rictus de cabreo que le dibujan las cejas,  anuncian con descaro que algo gordo se está mascando. Se palpa en el ambiente.
No hace falta preguntar nada. Mudos todos, me limito a destapar, lavar y explorar. Si hubiera una mosca, se le oiría. Pero lo único que se oye es el ruido metálico del choque del instrumental y las bateas, y las frases cortas que cruzo con el ATS que me ayuda. La herida es contusa, de izquierda a derecha, ligeramente de abajo arriba, través y medio de dedo por encima de las cejas. Va hasta el hueso, de un solo toque. Quince puntos. Ni un gesto, ni una mueca, mientras suturo sin anestesia.
Al final, en cuanto le doy baza, no hace falta tirarle de la lengua. La mujer se arranca de lejos, como un toro. Se ha reprimido, escarbando, hasta tener al picador a mano, y ahora mete la cabeza con decisión:
Pues mire. Que lo mandé al bar, ¿sabe?, y se fue, tan tranquilo calle abajo, mientras yo recogía, a jugar la partida, como todos los días. Pero al volver la esquina, oiga, pues que le ha salido el que llaman “el Renegao” y sin decir ni estas... (en el gesto de chascar la uña del pulgar derecho con sus incisivos superiores, de dentro a fuera, casi se los arranca...), que le ha dado con el palo que llevaba de la mano, que para habérmelo matao. Lo estaba esperando, hasta que lo vio venir. Unos vecinos de allí al lado que lo vieron todo, se fueron a auxiliarle, y el sinvergüenza ese, me lo ha dejao allí, tirao, y que se ha ido calle abajo, oiga, como si nada. Y este como es un tonto, que no ha sabido ni responderle.  Porque ahí donde lo ve, es un don nadie. Y yo, que estaba terminado de recoger, me lo veo aparecer a la puerta, como un ecce homo... vamos, que me he quedao atacada de los nervios. Los guardias nos han dicho que vengamos por aquí ”...
Cuando le pregunto al marido si ha sido todo como su mujer lo cuenta, se lo piensa, pasándose el dorso de la mano por los labios, resecos. Permanece en silencio y por un momento duda si hablar o no. Pero ante mi espera, al final, despacio, lo suelta:
Esto viene de largo, ¿sabe?. Sólo era cuestión de tiempo. Y mire que la trasera de su casa da con la de la mía, pared por medio, que nos podíamos llevar bien, pero no nos hablamos. Por San Marcial va para sesenta y tres años. Y esto tenía que llegar, tarde o temprano, tenía que llegar... ¿que por qué, me dice?... pues porque nos las tenemos juradas desde entonces, oiga, que hay cosas que no se olvidan. Cosas que son así en la vida. Mire... su padre de él, dejó sin pagarle veinticinco pesetas a mi padre, que en gloria esté, cuando le hizo un pozo para la labor. El tuvo su pozo, pero con mi padre no cumplió con lo acordao. Cuando mi padre murió, le dije que ya la deuda era conmigo, y que me las había de pagar. Pero su padre, que era escritito a este, que es como es, que por algo le dicen “el Renegao”, me dijo que antes me mataba que pagarme las veinticinco pesetas, y desde entonces no nos hemos vuelto a hablar, ni él a mí, ni yo a él. Cuando su padre murió, me dijo que lo que me había dicho entonces su padre, ahora era cosa suya y que me preparara. De eso, ya le digo, va para sesenta y tres años. Desde entonces, ni mú. Ahora dicen que anda malo, de médicos, ya me entiende, que tiene 87 años. Y digo que si anda malo, le habrá dado vueltas a la cabeza, y me ha salido al paso. En cuanto volví la esquina, se me vino a mí con el palo, y me ha hecho esto, que yo iba ignorante de todo. Y eso que el segundo envite, desde el suelo se lo esquivé, que me hubo de matar, porque ganas, las llevaba todas... Pero me ha de pagar, que las deudas de un hombre, son para toda la vida, y yo me visto por los pies...”.
Me quedo perplejo. Ancianos de 84 y 87 años. Toda la vida vecinos. Pared por medio, trabajando en huertos colindantes. Sin hablarse desde hace 63 años, dios mío, o sea, desde la juventud más juventud. A odio diario, salen miles de días de odio, de tensión, de amenazas veladas, de desconfianzas. ¿Se puede vivir así?. Y hoy, ancianos ambos, arreglan sus cuentas a palos, en una esquina cualquiera, antes de que sea tarde, no siendo que alguno de ellos, simplemente por razón de edad no pueda hacerlo en el futuro. Goya y sus peleas a garrotazos, bosquejos de un simple observador sin imaginación alguna. La realidad es peor que la ficción.
Ven mi silencio. Intuyen mi estupor. No comprenden que no comprenda. Mientras los miro, acodado sobre la mesa, sujetándome la cabeza con una mano a cada lado, moralmente descolocao y abatido, la mujer se arranca con lo peor:
Pero esto no va a quedar aquí, ni de lejos. Que ya está de camino el hijo que tenemos en Vitoria, y dos nietos, que a su abuelo no hay hombre que le haga esto. Hoy las pagan todas juntas. Ya me ha dicho la aguacila que de camino está también el suyo, que viene de Mieres, que le ha llamado su madre, que saben la que les espera. Mejor así, que lo arreglemos de una vez, todos con todos, que a lo que no hay derecho, no lo hay, y esto no se puede perdonar, que hay que zanjarlo de una vez para siempre”.
No opino. Cuando termino con el parte de lesiones se van. Sale la mujer delante, con paso decidido, resuelta. Miedo me da. Los veo entrar en el taxi, y ella se sienta adelante. Mientras, llamo al Comandante del Puesto de la Guardia Civil. Le cuento lo sucedido y le prevengo de lo que no debe llegar a suceder. No le coge de sorpresa y remata la faena conmigo: “Déjelos que lo arreglen de una vez, que llevan así ni se sabe. Cuanto antes se muelan a palos, antes terminamos todos”... Miedo me da. Dios, que locura. La de unos y la de otros. Actores y espectadores, zumbaos todos.
Aunque atiendo a varios más, por motivos variopintos, lo de Horacio  y el Renegao  me ha marcado la tarde. No se me va de la cabeza. Sus expresiones, sus gestos, sus rencores, sus iras, sus odios. Le doy vueltas y vueltas. Siento vergüenza. Alguien dijo aquello de a pueblo pequeño, infierno grande. Pues eso.
Me pongo a cenar, pensativo, mientras oigo las noticias de la tele, metiendo bulla al fondo. De repente, algo de lo que oigo me llama la atención, y se la presto. Me saca de mi ensimismamiento y me devuelve a la realidad. Con el sándwich de la mano, no puedo creer lo que estoy viendo y oyendo. Me quedo alelao mientras veo a unos cuantos, en plan de arqueólogos de andar por casa, con camisetas Nike, gorras de béisbol, pantalones cortos de marca y pinceles en mano, desenterrar restos óseos, mientras la voz del locutor narra “lo justiciero” de su gesto. Por mi padre que lo han dicho. Son miembros de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Parece ser que se dedican a localizar, desenterrar, identificar y volver a enterrar, los restos de fusilados durante la Guerra Civil Española. Pero sólo a los del entonces denominado Bando Rojo. Otra vez la puta moviola de la vida, mirando atrás y con ira. Ya esta bien, joder, ya está bien.
Vaya de antemano todo mi respeto y reconocimiento al dolor de sus deudos, y al honor de aquellos españoles, asesinados en una guerra estúpida, fratricida y loca, que costó a España cerca de un millón de muertos. Pero fue hace ya 68 años. Se mataron unos a otros como peor pudieron y supieron. Los de un bando a los del otro y los del otro a los del uno. A cual más atroz, a cual más injusto, a cual más inútil. El odio, la maldad y locura fratricida, alimentaron la llama de la pira más estúpida y estéril durante tres años. Sus secuelas, las padecimos todos durante decenas más.
Pero... ¿Tiene todo esto sentido alguno ahora?. Con la Transición, ¿no quedamos en que se pactó el punto y final a la Guerra Civil?. ¿Aún no es hora de mirar hacia delante, o de al menos, no mirar hacia atrás con ira?. ¿Porqué reabrir las heridas?. ¿Porqué sólo pretender recuperar la dignidad de los de un bando y alimentar el odio a los del otro?. ¿Supone alguna ventaja el rememorar, 68 años después, una y otra vez, las salvajadas y atrocidades mutuas de aquella contienda?. ¿Merece la pena volver a echar sal en la llaga?. ¿A quien beneficia?. Perjudicarnos, a todos.
Como médico, he atendido a muchos ancianos, supervivientes de aquella guerra civil, de ambos bandos. He escuchado en la intimidad, de sus propios labios, confidencia obliga, las atrocidades más crueles, los relatos más espantosos, los Fuenteobejunas  más canallas. Recuerdo especialmente la de aquel sacerdote párroco, reconocido popularmente por su bondad, que vueltas las tornas y por el mero hecho de serlo, fue enterrado vivo hasta el cuello en la plaza del pueblo, para regodeo de muchos,  que pasaron dándole patadas en la cabeza hasta que se la separaron del tronco. No, no hablo de Irak. Era en la España del 36, aquí mismito, al lado.
Y ahora, otra vez a resucitar a los muertos. Otra vez a ponerlos boca arriba encima de la mesa. Otra vez. ¿Para qué?. ¿Cuando olvidaremos de-una-puta-vez  y para siempre?. 
Esto es de majaras. Parecemos pirómanos natos, matando el aburrimiento a base de jugar, amenazantes, con la caja de cerillas de la mano. Y este año, se lleva cantidad lo de volver a la España del 34. Setenta años después, Dios. Otra vez a mirar la paja en el ojo ajeno, a volver la vista atrás, a dividir, a enconar.
Ahora comprendo lo de Horacio y al Renegao. Todo un símbolo, blanco sobre negro.
Todo tiene sentido en un país de resentidos, de acomplejaos, de vengativos, de revanchistas, del “ya nos veremos”, del “esta no te la perdono”, del “no sabes con quien te estás jugando los cuartos”.
Si, claro que lo sabemos. Desgraciadamente, lo sabemos todos.
Que Dios lo impida. Como sea, pero que lo impida. Eso si que nunca más...


Correspondencia: eltuerto@semg.es

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