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martes, 14 de febrero de 2012

Podemos hacerlo mejor

Por el Tuerto

No te creas que los médicos somos seres tan especiales, colega. Somos del montón. Con frecuencia, tan perros y malos, como la gente que nos rodea. Bueno, y si me apuras, aún nos haremos peores, porque, por ejemplo, ya no es que cada día más, tengamos que aguantar en nuestras consultas a una montonera de mamarrachos disfuncionales, autodenominados pacientes, imbuidos en la falsa creencia de que somos su“chica para todo” y que por ello, estamos allí“para servirles”, cosa que por lo visto, dicen, va incluida en nuestro sueldo. Pero también, porque hace ya tiempo que comenzó a abundar, con descaro, el navajeo moral y rastrero entre los propios colegas, por la supuesta pureza del pedigrí, las competencias y los supuestos falsos intrusismos, por lo que la desconfianza y el mirar malencarao al colega, marcando el territorio, ya se han hecho norma. Trabajamos por ello, en un ambiente enrarecido cargado de tensiones, a lo canalla. Vamos, que si te pones malito, cuando acudas al colega miéntele con descaro en lo de tu profesión, porque si no, terminarás de los nervios viendo cómo se pone, a la defensiva,  a llamarte de usted y a advertirte de que no hace falta que “me diga su profesión porque yo trato a todos mis pacientes por igual”. Vamos, que los hay bordes, a puñaos y yo he conocido ya a unos cuantos. Así que para que no te entren esas ganas locas de llamarle gilipollas, que te entrarán, o de largarte de allí dándole un portazo en todos los morros, que también, ya sabes, miéntele con descaro y dile que eres cerrajero, o albañil, que seguro que le caerás mejor.
O sea, que los médicos somos del montón. Y encima, nos hemos vuelto cada día más llorones y plañideros. Como norma, no sabemos más que mirarnos el ombligo, y nos empeñamos en ampararnos en una especie de sentimiento de victimismo colectivo que, poco a poco, nos conduce a la disfuncionalidad y la minusvalía. Ya verás, haz tu mismo la prueba. En cuanto tengas ocasión y veas a tres o más médicos juntos hablando, pon la oreja. Te darás cuenta de lo que es un corrillo de auténtico duelo: quejas, lamentos, y exhibición colectiva de llagas, impotencias, resentimientos y cicatrices, constituyen nuestro monográfico tema de conversación. Y ya nos vale la bobada, oye, coño, que parecemos agricultores llorones, esperando que alguien nos eche una mano. Así, no vamos a ninguna parte.
Si algo caracteriza a la gente que vive del campo, (y además... ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para, por, según, sin, so, sobre, tras... el campo), es su tendencia a la queja permanente. Por definición, tienen que llorar, de lo que sea, pero tienen que llorar, como si atávicamente estuvieran condenados a ello. No en vano, porque son los grandes marginados y casi olvidados de nuestra sociedad, pero también, porque patrimonializan como propio, el dicho de que “el que no llora, no mama”, que más bien por ahí, creo van los tiros. No carecen, créeme, de razones objetivas para esa queja permanente, porque viven de un modo, y en un medio, harto jodido y duro. Yo, que trabajo y vivo en su mismo medio, porque las conozco y comparto, justifico la mayor parte de sus razones. Las tienen y de peso, como por ejemplo, que constituyen los hilos de la parte más frágil de la soga social, por lo que cuando algo va mal y hay que apretarle el cinturón o sacrificar a alguien, a la población agrícola ganadera de este país, se la estrangula sin más. O sea, que pagan los platos rotos, los rompa quien los rompa, vamos. Y sin embargo, casi nunca su sometimiento les incita a constituir un frente común, solidario, capaz de levantarse y exigir sus derechos con rigor, ante quien corresponda. Son fatalistas.
Cierto es que, a pesar de reconocer lo anterior, cuanto más me acerco a sus  temas con objetividad, intentando guardar una distancia prudencial que no me implique, más pienso que su propensión al lamento, su permanente queja, su lastimero gemir ante la adversidad, es una tendencia cultural, mitad innata, mitad adquirida, que podría ser interpretada por ajenos al medio, como una forma de refugio vital,  estéril, sí, pero imprescindible y cuasi necesaria para su propia supervivencia.
Llegados a este punto, colegas, las similitudes son obvias, así que estoy a punto de proponer una especie de hermanamiento interprofesional entre los agricultores y ganaderos, y los médicos de este país. A lo mejor, bajo el lema de “llorones del mundo… uníos !!!”, podríamos ayudarnos mutuamente a conseguir algo.
Pero claro… hay otra forma más Kennedyana de ver las cosas, más vitalista, más comprometida, más útil. Por ejemplo, ¿porqué no nos preguntamos que podemos hacer nosotros mismos por mejorar esta debacle sanitaria, en la que estamos inmersos, en vez de esperar a que los debacleadores hagan algo por nosotros?. ¿Porqué esperar salvadores, cuando nosotros mismos podemos salvarnos?. ¿Qué coños podemos hacer tu y yo, juntos con los de al lado, porque el sistema sanitario funcione mejor?. Yo es que siempre me pongo en lo mismo, quizás marcado por aquella frase que un médico ya anciano, al que atendí en una humildísima pensión de pueblo, me dijo a los pocos días de empezar a ejercer: “Mira, hijo… tu esfuérzate siempre por tratar al paciente que tengas al otro lado de la mesa como si fuera tu propio padre. Esa es la única manera de que seas justo con él”. Supuso bien, claro, que de Dios abajo, mi padre el primero, y me hablaba en consecuencia. Pues eso.  
Sé, que diecisiete sistemas sanitarios independientes y dispares, dificultan hasta el extremo que podamos tener unos criterios comunes de actuación. Sé, que nos enzarzan a unos contra otros para, con esa división, mantenernos en la algarada, y someternos mejor. Sin embargo, lo que desde aquí os propongo, es una colectiva vuelta a la visión más humanista de la medicina, a la cohesión intraprofesional  y la  fraternal convivencia, que a punto está de perderse, encoñada como está, por las carteras de servicios, la falta absoluta de confidencialidad de las historias clínicas, los modelos de gestión, las memeces del gerente y sus presiones con los EFG, la prescripción por principio activo, las masificaciones en las salas de espera, la medicina defensiva y demás madres que les parió a todas esas circunstancias transitorias que ahogan, cuando no asfixian y acogotan, nuestro libre ejercicio profesional dentro de los diecisiete modelos públicos de los respectivos servicios de salud. Necesitamos sosiego, honestidad e ilusión para hacer bien las cosas.
Por eso, copiando con descaro y sin su conocimiento ni permiso a Juan Gervás, que sabrá perdonar sin duda el que haga mías sus palabras escritas en un foro público  de Internet, ya hace años, os propongo, sobre el hecho de ser médico, que no perdamos el norte y reflexionemos sobre algunos de nuestros principios, colegas: 
“Es clave que mantengamos una forma de ser médico que necesitarán más que nunca las generaciones venideras (de pacientes y de profesionales):
1/ Son viejas formas de cortesía (recibir y despedir al paciente de pie, en la puerta de la consulta, por ejemplo).
2/ Es empatía (cambiar de sitio y sentarte al lado del paciente cuando llora, por ejemplo).
3/ Es fortaleza en los principios (se utiliza la historia en todos los casos, siempre, siempre, siempre, por ejemplo).
4/ Es ansia de saber y de introducir el saber en el trabajo cotidiano (por ejemplo, seguir utilizando la clortalidona como primer antihipertensivo, ahora más que nunca, con los resultados de los últimos ensayos clínicos).
5/ Es rigor en el trabajo (registro en el listado de problemas de todos los problemas, no sólo los biológicos; por ejemplo, "usa bastón para andar", “separación matrimonial dolorosa", etc).
6/ Es entrega a la profesión (la familia del terminal a domicilio tiene mi teléfono privado, por ejemplo).
7/ Es compañerismo bien entendido (no me es indiferente el que condenen a dos años sin empleo ni sueldo a dos compañeros vascos por defender la confidencialidad de la historia clínica, por ejemplo).
8/ Es activismo (hablar, escribir, sostener las ideas, por ejemplo).
9/ Es piedad con uno mismo y con los compañeros (aceptar que es imposible trabajar como médico clínico y no cometer errores, por ejemplo).
Y 10/ Es alegría (puesto que somos de los pocos afortunados que todavía podemos ser humanos en el trabajo, por ejemplo).
En fin. Todo ese bagaje diario es el que luego permite negarse a ser un funcionario en el mal sentido de la palabra, un "fontanero" del alma y del cuerpo, un vulgar "técnico". Con ese bagaje se defiende el secreto médico con serenidad y fortaleza y se rechazan las propuestas deshonrosas de la Administración. Creo.”
Quizás con esas normas, humanas, sencillas, y decorosas, puestas en práctica en el día a día, encontremos la razón para sentirnos algo más satisfechos por nuestra elección de ser médicos, porque el ejercer la medicina con orgullo, cada día más es una práctica de riesgo, sobre todo, moral. Si te dejas llevar por esa torrentera de estúpidas directrices emanantes de tu administración, que pretenden enmarcar y constreñir tu ejercicio profesional, vas de cráneo y cuesta arriba, colega. Por eso, seamos valientes, dejemos de una puñetera vez nuestras lastimeras quejas e impotencias a un lado, e intentemos poner lo mejor de nosotros mismos en el asador, cuestión nada fácil. Arriba el orgullo profesional, coño, que cuando se siente, se transmite !!!. Sin falsos pudores !!!
 Yo al menos, cuando me encabrono ante las diarias adversidades, me releo esas directrices con humildad, les doy un repasito, y se me quedan cuerpo y alma, como más serenos, como con otra jota.
¿Podemos hacerlo mejor?.... por supuesto, por supuesto, y sin renegar de nuestros principios. Aupa el orgullo profesional, colegas, que por nosotros no quede !!!
Amén.


Correspondencia: eltuerto@semg.es

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