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martes, 14 de febrero de 2012

Pues muy bien… pues bueno… pues vale…
Por El Tuerto
Ya sé que es una socorrida frase a la que todos recurrimos, instintivamente, cuando nos hacemos conscientes, repentinamente, de nuestra propia impotencia para cambiar el rumbo futuro de las cosas. También, cuando nos damos cuenta de nuestra pequeñez, nuestra insignificancia en el entorno, nuestro tamaño. De cómo juegan con nosotros. Es, algo así como dar fe del autoreconocimiento de nuestra limitación, de la aceptación de lo impuesto, del desconsuelo.
Pues muy bien… pues bueno… pues vale…
Como profesional de la sanidad, me siento como hoja que lleva el río. A la deriva, a su antojo, en su corriente. Me lleva, pero me agita, me desorienta, me confunde. Es cierto que voy flotando, pero sé que no manejo mi propio timón. Tampoco nadie parece gobernarlo por mí. Hay compañeros que dicen, para sentirse seguros, que sí, pero que eso “son cosas de la administración”.
Puedo alegar que esa corriente que me arrastra, la administración, son los designios de la mayoría, la decisión colectiva. Puede ser. Pero nadie parece conocer a que puerto nos conducen. Lo decidirán sobre la marcha. Nos llevan y no sabemos a donde. Me entristece, pero no me queda otro remedio que doblegarme y acatar, resignarme a lo inevitable, a lo impuesto, a lo decidido.
Pues muy bien… pues bueno… pues vale…
Al menos me queda el consuelo, jodido desconsuelo el mío, de poder mostrar mi desacuerdo frontal, íntimo y personal, por escrito. Lo cual no deja de ser una ventaja o una estupidez, depende como se mire. Ahí voy con el tema.
España, que antes fue una, corrió el riesgo de ser cincuenta y una y ha terminado siendo diecisiete, no va bien. Es un lío. Me refiero a la sanidad, claro, porque del resto no opino. Cada cual ha tirado de la esquina de la manta, cómo y cuanto ha podido y a treinta y uno de diciembre de dos mil uno, la manta de la sanidad se ha roto y cada cual, con su trozo, caminito de su cueva.
A cada trozo, quieren hacerlo diferente del resto, a cualquier precio. Pero, común empeño, todos insisten al menos en hacerle un grueso festón, reborde o frontera, como quieras llamarlo. Y pintarlo de otro color. A partir de entonces, por mucho que intenten recolocar los trozos de vez en cuando y para intereses puntuales concretos, la manta ya no es la misma. Y el piojo que en ella vivía, tiene cruda su reubicación en el nuevo conjunto, diga lo que diga el Consejo Interterritorial.
Me niego a interpretar como normal, la clara anormalidad de que haya diecisiete servicios de salud distintos en una única piel de toro. Claro, que a lo mejor el problema estriba en que ya no hay una única piel de toro, si no diecisiete pieles de conejillo vagamente hilvanadas entre sí. Y, dígase lo que se diga, esas diecisiete de conejillo juntas, jamás tendrán la consistencia de la del toro original.
El otro día, un colega se esforzaba en explicarme y explicarse, que son “diecisiete servicios regionales de salud”, que componen “un único sistema nacional de salud”. Ya. A lo mejor por eso insistía en explicármelo, una y otra vez, incapaz él mismo de creérselo. El resultado es el que es. Diecisiete. Pero no diecisiete similares, no, si no cada una de su padre y de su madre. Y para más inri, dentro de cada una, también diferente tipo de asistencia en cada zona, área, concejo, comarca, o como quiera subdividir cada cual su peculiar gruta. Hasta en los papeleos de la burocracia sanitaria. Eso si que es un desmadre total: distintos servicios regionales de salud, con distintos perfiles de médicos, distintos criterios, distintos objetivos, distintos deberes, distintos derechos, distintos fines, distintos salarios, distintos concursos, distintos baremos, distintos… en todo distintos. Cuando empecé a ejercer conocía perfectamente mis derechos, mis deberes, mis fines y mis medios. Mis raíces. Ahora nada de nada.
Pero no sólo ese es el problema, porque en cada cueva, a su vez, ya hay al menos otros no-se-cuantos tipos distintos de médicos. ¿Diferentes?. Si, en todo. Pero en todo ¿eh?: deberes, derechos, salarios, dependencia… Un sin sentido total. Ya lo han hecho. Legal y ordenadamente. Sin posible retorno, porque lo anterior, simplemente ya no existe. ¿Quién gana con ello?. Los pacientes no, claro. Los médicos, tampoco.
En este estado de cosas, al menos empiezan a vislumbrarse con claridad, algunas cosas, menos mal. Por ejemplo, que si me voy de viaje a Francia o Inglaterra, con mi cartilla del Sistema Regional de Salud, me ponen menos pegas para la asistencia como paciente, que si me voy a cualquiera de las diecisiete cuevas creadas. Como europeo lo tengo bien, y como autonómico crudo. ¿Hay alguien que entienda esto?. ¿Qué exagero dices?.
No hace mucho, en un viaje a un congreso, necesité una medicación banal. Un colega de mi autonomía que llevaba alguna encima, me hizo la receta y me fui a la farmacia. La farmacéutica, cincuentona joven, no paraba de hablarme en un lenguaje incomprensible para mí, mientras por encima de sus gafas y con cara de mala leche, alternaba su mirada de fiera corrupia, entre la receta y mi cara, con un tono que para qué contarte. Yo pensaba, puestos a estar de coña, que tampoco soy tan feo como para armar tanto alboroto. Pero por mucho que le insistía en mi castellano de origen, la pájaraloca quería devolverme, sin dispensar, la receta. Y cuanto más despacio y alto me hablaba, en su lenguaje local, menos la entendía. Entre otras cosas, porque tengo derecho a no entenderla, mientras que ella, tiene el deber de comprender la mía, que es la común. Tuve que montarla, que dios me perdone, porque la susodicha aquella, no quería darme el analgésico que necesitaba… y mi receta, decía, “sería legal para mí, pero no para ella” con su “sistema de salud”  porque, ¿quién pagaría el sesenta por ciento del importe de la receta que yo no abonaba?. Insistía en que fuera al Centro de Salud cercano para que me la pasaran al modelo autonómico correspondiente. Manda güebos. Quería que le abonara el importe íntegro de la prescripción y que luego yo hiciera en “mi sistema de salud”  la reclamación del reintegro de gastos correspondiente. El acuerdo llegó cuando, ante su terca actitud, saqué el móvil dispuesto a llamar a la policía local para que levantara acta de lo que sucedía, previa a mi denuncia ante el juzgado de guardia correspondiente. Malhumorada y faltona, al final cedió. Pero, para ello, tuve que aguantarle lo indecible y morderme la lengua…
Pues espera y verás. Eso no es nada comparado con lo que te vas a encontrar si quieres concursar a una plaza fuera de tu monte. Te es más fácil irte a Francia, United Kingdom, Portugal o donde quieras, que intentarlo por aquí. ¿Cada piojo a su costura?. Yo ya no sé ni dónde está la mía.
Pero que razón tenía el bocazas aquel que decía lo de que, a España, no la iba a conocer ni la madre que la parió. Y tanto.

Correspondencia: eltuerto@semg.es

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