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martes, 14 de febrero de 2012

Que pena de lechugas
 Por el Tuerto 
Vivo donde trabajo. En un pueblecito. Desde hace tiempo.
En la parte de atrás de mi casa, me empeño año tras año, con más ilusión que fortuna, en sembrar un par de hileras de lechugas, unas tomateras y unas cuantas plantas de judías. Sí, tengo un huertito que cuido en mis ratos libres, porque cuando llega el buen tiempo, me distrae, me relaja y me ilusiona. Me sirve como “descontracturante” cerebral, como atender al jardín, y con ello no le hago mal a nadie. Ver como crecen las lechugas, regar, oler unas hojas de tomatera frotadas entre los dedos... o salir y comerme un tomate de los de verdad, al atardecer, directa e inmediatamente después de arrancarlo de la planta, en silencio, allí mismo, en el huerto… mmmmm…. es un pequeño placer que recomiendo a todos.
Recuerdo y no puedo menos que sonreír, la cara que puso aquella niña de ciudad, la primera vez que vino a casa, y que al ver una tomatera en pleno apogeo, salió corriendo a preguntarle a su madre para qué colgaba yo tomates de aquella planta. Debió pensar, el angelito, que me había vuelto loco o algo así, y que trastornado, me dedicaba a ir colgando tomates por las plantas que crecían en el huerto. Ella creía que los tomates salían en los supermercados, no en el campo. Cuando se enteró, se quedo seria, casi triste. Menuda desilusión se llevó la pobre.
Pero este año, mi huerto es un pastizal inmundo, adornado por montones de amapolas, ,sí, que no hay mal que por bien no venga, pero un pastizal al fin y al cabo.
¿Qué quién tiene la culpa de ello?. ¿La culpa dices?.
Pues… puestos a echarle la culpa a alguien, se la echaré a Lorenzo.
Lorenzo, es el marido de una de mis pacientes, que a raíz de mis roces con el ginecólogo de su mujer, no se me ofreció como en años anteriores a darme la vuelta a la tierra del huerto con su mula mecánica, para abonarla y esas cosas, que es necesario hacerlo de vez en cuando para poder cultivarlo como dios manda. Y yo no se lo pedí por si acaso.
Bueno, para ser más exactos, la culpa de lo de mi huerto es de Adeslas. Sí, coño, sí, has entendido bien, de Adeslas. ¿Te sorprende?. No, no es que esté majara, todavía no estoy de los nervios, pero a este paso me pondré. La culpa es de Adeslas porque no paga unos honorarios lógicos.
Mira, para precisar más aún… en realidad la culpa es del caradura del ginecólogo que me controlaba a Genara, la mujer de Lorenzo, ¿me entiendes?. Pues quien lo diría, con esa cara que has puesto, colega,… me parece que no estás entendiendo nada, ¿eh?.
No te preocupes, que ahora lo entenderás, tranquilo, sigue leyendo, que te lo explicaré clarito desde el principio.
Resulta que Genara, sí que está de los nervios. Es una de mis pacientes y con ella y su marido, tengo una buena relación desde hace años. Y porque la llevo tratando años, sé que va por la vida con trastornos “del ralentí”. A veces pasado de vueltas, a veces que se te cala a la menor. Pero lo normal es que tenga una pasada de frenada cosa loca. Desde jovencita, arrastra una distímia con un trasfondo ansioso a veces muy acusado y con unas pinceladas gruesas de cancerofobia. Claro, además de… artrosis, dolores erráticos, alopecia mínima difusa pero que le preocupa mucho, hipertensión arterial, obesidad exógena, palpitaciones, cefaleas… y sequedad vaginal. Aunque orgánicamente, está sana como una manzana, su ansiedad la atenaza en exceso. Trae a su pobre marido por el camino de la amargura con “sus enfermedades”, y entre sus antecedentes personales, a destacar que de su madre, que murió con casi noventa años, el médico de entonces, les dijo que “probablemente” tuviera un cáncer “en algún sitio”. Y claro, ante tal antecedente familiar, ella con sesenta y pico años, dice que va a terminar con algo malo, como su madre, y que si no, al tiempo. Yo la consuelo diciéndole que no he visto morirse a ninguno de mis pacientes de nada bueno, así que, que esté tranquila, que lo que sea, sonará. Y ella se pone más de los nervios aún. Normal.
Pero el problema fundamental de Genara, es que tiene una póliza de Adeslas, porque Lorenzo, su marido, es Guardia Civil jubilado. Y digo problema, porque cuando le da la ventolera, se dedica a visitar médicos sin encomendarse a dios ni al diablo, osea sin hablarlo conmigo previamente. Como con su póliza es libre como un pajarito y puede irse al médico que quiera, un buen día que yo no estaba, se fue al Traumatólogo por un dolor en las rodillas. Aquel, además de atender a lo suyo, al comentarle lo de la sequedad vaginal, le recomendó que consultara con un amigo suyo ginecólogo. Y ahí empezó el origen de la guerra de las lechugas. Osea, el declinar de mi huerto.
Cuando vino Genara a contarme lo de la visita al ginecólogo... bueno, yo ya empecé a olerme la tostada. Sin informe, sin diagnóstico, sin nada más que una hoja de instrucciones para ella sobre como tomar el porrón de fármacos que le prescribía. 
Yo, hice de tripas corazón y no me opuse a que el Gine, le prescribiera parches con estrógenos, ni a que le recetara hierro oral sin justificación analítica alguna, ni a que le diera calcio y calcitonina. Y por si lo anterior fuera poco, además, una estatina (con 230 de colesterol a sus sesenta y ocho años y de entrada). Y un liquido para la higiene íntima, unos óvulos y dos cremas distintas para su sequedad vaginal.  ¿Qué te parece?. A mi, la verdad, muy mal. Se me hacía cuesta arriba compatibilizar todo aquello con el tratamiento psicofarmacológico previo de Genara, los analgésico y antinflamatorios para sus dolores articulares y el omeprazol, que esa es otra, del Trauma. Y la medicación antihipertensiva.  Pero aguanté como pude el palo y... a intentar torear en medio de ese vendaval farmacológico, cosa nada fácil.
Por todo eso pasé, porque aunque era un tratamiento francamente criticable, que complicaba todo de mala manera, tengo por costumbre respetar que cada maestrillo haga lo que crea oportuno. Pero enseguida vino la guerra, porque por lo que no podía pasar, era porque el gine de marras, le hiciera una nueva consulta con citología incluida  cada dos meses, y una nueva mamografía cada cuatro. Y no pasé. Que morro, tú. Innecesario, inoportuno, contraindicado...
Que conste que las cuatro primeras citologías bimensuales me las tragué mordiéndome la lengua como pude. No me gustan los follones y si no me pedían mi opinión… pero a la quinta,… a la quinta le envié una nota muy amable diciéndole que tuviera la gentileza de aclararme el porqué de esa repetición reiterada de consultas y pruebas, ya que estaban empezando a aparecer repercusiones serias en el psiquismo de mi paciente, no siendo que todo aquello se debiera a una patología seria de fondo que yo debiera conocer. Cándido de mí. La respuesta del gine me llegó, descortesmente, por boca de la paciente y consistió en que ella me preguntara a mí, siguiendo sus instrucciones, si en pleno siglo XXI yo no sabía que el cáncer ginecológico debía de prevenirse mediante la realización regular de mamografías y citologías. Pero claro, que él comprendía que los médicos de pueblo no estuviéramos al tanto de los avances… pero que por lo menos, no estorbara yo su actuación. Mal rayo lo parta. Si será cretino. ¿A quien quería engañar?
El cortejo psíquico de Genara, para entonces se había deteriorado acusadamente, como era de esperar, con una preocupación obsesiva por la esfera ginecológica, fomentada por la constante realización de pruebas y el estar siempre pendiente de resultados analíticos. Se me estaba desarbolando día a día.
Por eso me armé de paciencia y le expliqué a marido y mujer, que aquello era innecesario e incluso contraproducente para su bienestar físico y psíquico. Sabía que no me iban a comprender bien, pero a pesar de todo, lo intenté… y la lié, claro, porque ambos se lo tomaron a mal, “porque si el especialista lo manda así, será por algo”… Claro que lo era, claro. No faltaría más. Por “sus lechugas”.
Mi reacción, que no podía ser otra, consistió simplemente en explicarles con infinita paciencia, que yo no encontraba justificación alguna y que, por lo tanto, no asumiría sus tratamientos en el futuro. Que sería el ginecólogo, que no yo, quien a partir de entonces haría las renovaciones de las prescripciones que creyera oportunas. Se montó la trifulca que es de imaginar. Y todo por preocuparme honestamente por Genara, mi paciente, a la que le estaban tomando el pelo de un modo descarado y ruin.
Tengo que reconocer, que tuve que hacer un acopio, fuera de lo normal, de serenidad, firmeza y constancia, y logré en un tiempo prudencial reconducir el tema, que se aburrieran de ir al ginecólogo, y que comprendieran lo innecesario de todo aquello. Me costó dios y ayuda, pero hoy es ya un tema zanjado. O casi, porque de vez en cuando, colea.
De aquella batalla y como efecto colateral, ha salido mi huerto mal parado, que le vamos a hacer, y me he quedado este año sin mis lechugas naturales, mis tomates, mis judías, como secuela de esta guerra particular y estúpida. Porque a raíz de aquello, Lorenzo no volvió a darle vueltas a la tierra de mi huerto, y este año no he podido sembrar las lechugas. Una anécdota más de la vida.
En fin, habrá que esperar mejores tiempos... siempre y cuando no le aparezca a Genara una neo de útero de sopetón, porque sí, porque la vida es así de perra y mala. En ese caso, se me iba a quedar la cara a cuadros, antes incluso de que me la partiera el marido de Genara, claro. Dios no lo quiera.
Lo que no es anécdota alguna, ni mucho menos, es la sinvergonzonería de algunos compañeros, especialistas, desgraciadamente cada día más abundantes, que ante los escasos honorarios por acto médico que reciben por consulta, de las compañías aseguradoras, incrementan hasta límites claramente peligrosos la frecuentación de sus consulta y pruebas a mis pacientes, de cada una de las cuales, a modo de absurda justificación, el paciente sale con dos o tres prescripciones nuevas más. Que esa es otra. Ya está bien. ¿Quién tiene que poner orden en esto?.
Porque os podría contar otras historias de pacientes a los que se les adornan  intervenciones menores con un halo de falsa gravedad que clama al cielo. Incluso recurren a emplear técnicas desproporcionadas, con anestesias locoregionales innecesarias, isquemias de miembros que no vienen a cuento, ingresos inmotivados... ¿O es que a tus pacientes no le sucede otro tanto?. Y ya vale la bobada, ¿eh?.
Y no te digo nada del calentón de cabeza que les pegan, a ellos y a sus familias. Me los vuelven hipocondríacos a todos. En vez de desdramatizar, me los dejan temblando. Y luego, si protestas, eres un descerebrado que va contra los colegas. Y por ahí no paso. Me preocuparé, con ahínco, de no volver a pasar más en el futuro. No y no. Me niego a hacer de telonero de las barrabasadas ajenas, que ya tengo bastante con las que desafortunadamente yo mismo pueda cometer.
Y mientras tanto, los rurales con dedicación exclusiva al Sistema Nacional de Salud, atendemos a treinta, cincuenta o cien asegurados de compañías privadas por todo el morro, gratis total, mes a mes, consulta y urgencias incluidas. Pertenecen a nuestros cupos, pero no nos pagan ni tan siquiera, por sus cartillas, al miserable precio de los pacientes cubiertos por la Seguridad Social, porque parece ser son objeto de convenio. Por ellos no nos paga nadie ni nada,  ni el SNS, ni sus propias compañías. Ya está bien. Les atendemos constantemente y por la cara. Ver para creer.
Como para encima tener que soportar a compañeros, que en vez de ayudarnos cumpliendo su papel de interconsultores, que los necesitamos, coño... nos complican aún más la vida. No te digo…

Correspondencia: eltuerto@semg.es

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