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martes, 14 de febrero de 2012

Niebla
 Por el Tuerto 
Atardecer en noviembre. Voy conduciendo. Aunque sólo son las siete y cuarto de la tarde, hace ya más de una hora que no se ve ni a cantar. Es de noche cerrada y, por no haber, no hay ni luna. Y encima, con una niebla del carajo. Creo que sigo en la carretera, creo, porque donde no hay raya continua es difícil averiguar si voy sobre el asfalto o ya me he salido definitivamente. Donde es discontinua, no veo más allá de un par de trazos. Y yo, con estos pelos conduciendo entre baches para mas inri, ya ves, quien me mandará. Llevo puesta la radio de fondo, bajita para que no me distraiga, que me hace compañía. Conduzco como puedo, sin prisas, y aunque le echo sensatez y calma al asunto y me quemo los ojos de tanto mirar el arcén, en estas circunstancias debería estar prohibido circular. Digo que, igual que cierran carreteras por la nieve, deberían cerrarlas de vez en cuando por la niebla, que no se qué es peor. Pero claro, como no avisan, sales a la carretera y cuando te das cuenta, zás, ya estás en el jaulón. No veo a un palmo de mis narices, y por más que insisto con los limpias, la ceguera no se resuelve, porque ahí no está el problema.
Que curioso. En el fondo, me gusta este ambiente, porque la niebla crea un entorno de intimidad especial, mezcolanza de recogimiento, soledad, confusión, aislamiento, misterio... No sé que tiene... pero me gusta. Y no me preocupa mucho la falta de visibilidad, porque por la carretera que voy, secundaria donde las haya, el único problema es que te salgas tu solito a hacer puñetas, o te la pegues contra un jabalí, que esa es otra, que te saltan cuando menos lo esperas. De frente no vendrá nadie, espero, y juraría que ahora mismo no hay otro coche circulando en diez kilómetros a la redonda. Vamos, que si me la pego, lo llevo crudo, porque hasta mañana por lo menos, ni me encuentran. Tampoco me importaría mucho.
Hace poco se celebró el Magosto, fiesta lugareña en la que el bosque, la hoguera y las castañas asadas, necesitan de la presencia de una buena niebla como argamasa para crear su entorno mágico, al que acudirán hasta las ánimas benditas de los difuntos, que lo hacen, según dicen los paisanos del lugar. Castaña asada comida, ánima liberada del purgatorio, dicen. Y se lo creen, que tíos.
En esas estoy cuando decido subir la radio, porque reconozco la voz de Joaquín Araujo. Pertenece a una subespecie humana en franco peligro de extinción, o sea, la del hombre bueno, natural, moderado, sensato y ecologista, combinación cada día más rara de encontrar en ese ambientillo, que mira que hay cada pájaro... Es un tipo interesante, al que no tengo el gustazo de conocer, pero al que leo y escucho en cuanto puedo. Hoy su voz, aunque lo intenta disimular el pobrito, refleja un estado de ánimo de los de a la altura del felpudo. Intenta mantener su ilusión de siempre, pero le escucho defraudado, perplejo, escéptico y desencantado mientras comenta la Sentencia que ha dictado el Tribunal Constitucional según la cual, los Parques Nacionales, pasan a ser competencia exclusiva de las Comunidades Autónomas en las que radican. Sus contertulios, se duelen como él. Asustados, todos coinciden en la gravedad del tema y en que, visto lo visto, esa riqueza nacional se va a ir al garete en breve sin posible vuelta atrás. Transfiriéndolos a las comunidades, se los van a cargar. Una cosa es descentralizar la gestión, que bueno, que vale, y otra desmembrar el conjunto y que cada cual se las apañe como mejor le interese y pueda. Opinan que no hay derecho, bueno, sí, que lo ha dicho el Constitucional, vale, pero que se los van a cargar. Se lamentan y saben de qué hablan. Y piensan en la hasta ahora paralizada carretera que atravesará los Picos de Europa, que va a resucitar en un santiamén, en las hasta ahora suspensas, pero ya proyectadas  urbanizaciones en Doñana, y al lince que le den y si no al tanto, en la búsqueda que iniciarán las comunidades autónomas, a lo loco, de su rentabilidad económica inmediata. Y coinciden todos en que España, que contaba hasta ahora con la mejor red de Parques Nacionales de Europa, puede ir diciendo adiós a la integridad y conservación de esos islotes de paz, incluso a varios de ellos enteros. Se quejan  y duelen con toda razón. Una inversión como esa, con rentabilidad no económica y siempre a largo plazo, que les ha costado tantos esfuerzos poner en pie, se la van a cepillar pero a la de ya. El político es el político, la pela, la pela, y de las banderas, ni te digo. O sea, que sí, que cada uno a lo suyo. Otra al zurrón.  
Sigo conduciendo por terreno plagadito de curvas. Bajo la radio. Ahora la amargura es mía. Ya no me interesa la musiquilla que emite. Estoy comparando Parques Nacionales y Sanidad. Increíble. Como dos gotas de agua. La que os espera, colegas biólogos. Vais a saber vosotros lo que es pan de dolor... y los Parques Nacionales pagarán las consecuencias de la barrabasada.  
O sea... como te lo diría yo... que cuando salí de casa el horizonte era nítido, y el día luminoso y con sol. Vamos, como cuando salí yo de la Facultad de Medicina, que creía , iluso de mí, que sabía con lo que me iba a encontrar a lo largo de mi ejercicio profesional. Luego, la niebla que se intuía, terminó apareciendo, y confundiendo, amargándole a uno el viaje que presumía tranquilo y relajado. Oye, lo mismito que me sucedió cuando se empezaron a barruntar los cambios en la sanidad. Y de repente ha caído la noche, la niebla, la confusión. O sea, tal que en la atención primaria. Y me veo conduciendo en medio de las dificultades, intentando llegar a mi destino entre curvas, mismamente como en mi consulta diaria. Y por si era poco, las comunidades autónomas decidieron hacerse cargo del tema, como ahora con los parques, y... “adiós mi España querida, dentro de mi alma, te llevo metía”... que aquí no se aclare ni díos, que esa es la meta.
Ahora me explico yo la trifulca de los biólogos, ecologistas y gente de ese vivir, que viven sin vivir en ellos. La que se les avecina. Pues cuando lo comprendan del todo, se la van a llevar. Menos monte, y más burocracia, por ejemplo, como cuando lo de los veterinarios titulares, que de serlo de verdad y venga a pisar barro y establos, ahora los ves sentaditos en sus mesas con el papeleo, todo el día sin ver un pellejo y si viene mal el bicho, al matadero con la madre y punto. A ver...
O sea, un suponer, no me extraña que los médicos andaluces tengan chamuscadas hasta las pestañas, que allí el burnout es lo de andar por casa, cosa de todos los días según sesudos estudios, madre, hasta el 30% torraos, cuando parece ser que el SAS les exige que un 60-80% de sus prescripciones sean en EFG, por ejemplo. Pero si eso es imposible... y encima les coaccionan en función de sus resultados y de su situación administrativa respecto al SAS. Que si interino mira que te la estás jugando, que si estatutario que no te renuevo, que viene la ope, y lindezas por el estilo. ¿Como se puede pelear por el enfermo sintiéndose amenazado?, como para poner pegas está el patio. O sea, pura coacción. O el íntimo conflicto que los médicos arrastramos, que estamos hartos, cuando prescribimos un EFG por presión, que no por devoción. Sabemos que lo hacemos en plan verdugo, a riesgo de volver tonto al paciente, que recibirá cada vez un EFG distinto en forma, tamaño, color y no quiero hablar de en contenido, porque su farmacéutico le va a dar “la oferta del mes”, que por definición, cada mes es distinta, con lo que las confusiones de las pastillas a tomar, están a la orden del día. Y luego hablan de iatrogenia.  O que te pidan listados de tus pacientes en función de sus patologías y luego te enteres, de rondón, de que no le dieron el crédito para el piso por tu culpa o que le doblaron el precio de su seguro de vida por tu maldita gracia. Y colaboramos con la injusticia. ¿O te hiciste el sordo cuando salió por TV, diciendo lo que dijo la presidenta de la Asociación Española de Diabéticos? En su día mundial, sin quejarse,  pero contando, clara como el agua clara, pobrecita mía, las diferencias en todo de ser diabética conocida a no serlo. Prefiero parar, que me revuelvo. Hoy prefiero parar de pensar. Mejor, pensar en la niebla.
Demasiadas similitudes me aturden. La niebla me cansa. No sé ni dónde estoy, ni a que altura del camino me encuentro, ni si lo que me parece una recta lo es, o de repente se me convertirá en un arco de herradura y me iré a hacer puñetas cuando menos me lo espere. Y la solución no está en el parabrisas ni en los limpias, ni en el interior del coche, al que conozco y controlo y en el que me siento seguro porque sé lo que busco, lo que quiero, a donde voy y cómo pretendo llegar o por donde. No. La solución si acaso está ahí afuera, en el que decide el ambiente, o en el jodido ambiente mismo. Intento saber el rumbo y, por el interés que pongo, me parece adivinar los carteles anunciadores, pero ni son nítidos, ni suficientes, ni adecuados. De lo espesa que es la niebla, a veces creo flotar en el espacio, como en un barco sin timonel. Otras lo que sospecho es que el timonel está borracho, o que es tonto, o muy listo y quiere hacer méritos, pero que no sabe ni a dónde ir. O que te marea por marear, y que lo mejor que debe hacer es dejar el timón a quien tenga la mente despejada y las ideas claras. Y él a remar, coño, que a lo mejor para eso vale. Niebla y sanidad se hermanan, se entrelazan, se enredan en mi tarro. Las confundo.
Pero a pesar de que estoy harto, ni pienso tirarme en marcha, ni bajarme en la próxima gasolinera que pare. No me da la gana. Sencillamente no me da la gana. Vale, que la niebla siga, pero yo seguiré conduciendo. Y a esperar a que salga el sol, que saldrá. Deseandito estoy que lo haga, que me dejen en paz, como a todos, como a cualquiera, que si el del timón ni zorra, yo sí, que no me gusta andar a ciegas. Que los pelos se me ponen como escarpias cuando pienso en el peligro y la verbena que suponen diecisiete coches en paralelo, en medio de la niebla, cada cual a lo suyo, como cabras locas. Deprimente, o para troncharte a reír, según el día.
O sea... como decirte... exactitos sentimientos son los que me provoca la jodida niebla, a los que me entran, día a día, cuando me pongo la bata en la consulta, mientras el murmullo de la sala de espera me llega anunciador de la realidad, fijándome los pies al suelo.
No, ya no me gusta la niebla. En ella se encuentra el Nayo, y se refugian el Gitanillo,  Trashorras, Laguna,  Toro, Hernando, Bolinaga, Zouhier, Búrdalo, Galindo, Vera y no se cuantos fantasmas más, y a ella llevaron a 192 inocentes que exigen justicia y que quieren saber la verdad. Como yo, como tú, ¿como todos? De una puta vez, la verdad. A esa no la tapará la niebla, así cien años dure. Mal rayo me parta, que estoy deseando poder conducir en paz, cuando salga el sol.
Y a la niebla, que le den... por supuesto que le darán.


Correspondencia: eltuerto@semg.es

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