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martes, 14 de febrero de 2012

Vejación radical

Por El Tuerto

Que vivimos en un mundo inmisericorde y loco, es cosa que ya no duda ni el más zumbao, de los zumbaos, de mi cupo. La otra mañana, uno de los que en eso se lleva la palma, después de advertirme del tiempo para los próximos días, del que me informa puntualmente, gracias a las revelaciones que le hace un delfín del ártico, con el que conecta, dice, a  diario… ahí es na la bobada… pero que a pesar de sus rarezas, es más honrrao que un franciscano en sandalias, me soltó eso de:
         Es que hay gente que está estrozá de la cabeza, que mire que ponen unas bobadas por la televisión… ¿pues Ud. no ve ese programa donde va uno y lo cambian de´to?. Y luego dice que lo mío es de los nervios. Pues anda, que esos… y encima les pagan unas vacaciones… oiga, pero que señoritas más guapas dejan esos médicos…
Su comentario, y el que yo ya hubiera leído algo al respecto, hicieron que, cargado de paciencia y picado por la curiosidad, me viera, de cabo a rabo, un programa. Eché de menos el no haberme pegado, a priori, un buen trago de Primperan, pero lo suplí, con ventaja, por un plato de raspas de jamón, oye, que ya puestos a tener que ver tales sandeces, parece como que le alivian a uno en el trance, e impiden la nausea de igual modo. El espectáculo al que asistí, por llamarlo de algún modo, es cutre total. Pena mora, la mía.
El mal sabor de boca que me quedó, por ver el programa, es achacable a mi resistencia, e incredulidad, a creer que haya gente que, siendo profesionales de la comunicación, sea tan moralmente rastrera y vil. Parece mentira que alguien pueda ganarse a gusto el pan, pisoteando con desparpajo, y de una sola tacada, los derecho al honor, la intimidad y la propia imagen, de los infelices concursantes que a tal bodrio concurren. Digo yo, que al menos la presentadora, debería tener algún reparo moral, consciente como es, de la ridiculización a la que somete a los concursantes. Sobre todo, porque es palmario que lo son, tanto azuzados por sus carencias económicas, como por su desequilibrado afán de salir por la tele, así los desuellen vivos. En ese programa, la exhibición gozosa, jaleada, y repetida hasta la nausea, de los supuestos defectos ajenos, que se intentarán corregir con médicos de por medio, es de tal vileza, que repugna.
El susodicho programa, consiste en explotar la supuesta necesidad sentida  de arreglos en chapa y pintura, de personas que carecen de los recursos económicos necesarios para irse, por su cuenta, a cualquier clínica de cirugía estética. Aprovechando con descaro tal situación, la tele se hace cargo de las facturas, eso sí, previo escarnio público de sus desperfectos, y todo ello para solaz entretenimiento del personal. Ya puestos, intentan demostrarnos a todos, que eso no es sólo que sea posible, si no que además no comporta riesgos, es recomendable y ventajoso. Curiosamente, tal incitación colectiva y descarada, a que acudamos en masa a las clínicas de estética, se da aquí, en España, que es el país europeo en el que la gente se gasta más perras en este tipo de intervenciones. ¿Pero es que tan feos somos?.
Nada tengo que objetar a que una persona, probadamente desencantada con su propia imagen, a veces hasta límites rayanos con lo patológico, se gaste sus cuartos en corregir los defectos que él considere oportunos. Claro, siempre que sean objetivos, y a sabiendas de que, en ese lance, asume  un riesgo quirúrgico cierto, que minusvalora, porque suele desconocer. Al fin y al cabo, nos hemos criado en un entorno hedonista, y memo donde los haya, en el que se mezclan, el culto ciego a patrones estereotipados de belleza, la búsqueda desnortada y loca de la inalcanzable perfección física, con la falsa creencia de que conseguidos tales objetivos, además, la felicidad vendrá por añadidura. Amargo despertar espera, al que con tales sandeces sueñe, claro.
Cierto es que hay personas, con defectos estéticos, firmemente tributarios de corrección, como aquellos que son consecuencia de lesiones accidentales, mutilaciones quirúrgicas, deformidades en el rostro, u otras, que pueden afectar incluso al equilibrio psíquico del que los padece. Y también que en otros casos, su necesidad se apoya en la disfuncionalidad que originan, y que deben de ser corregidos. Pero una cosa es eso, y otra muy distinta, el que se anime a que la gente corra riesgos innecesarios por empeñarse, por ejemplo, en calzar un par de tallas más de sujetador, tener las orejas algo menos a lo mona Chita, o quitarse seis kilos de michelines, por no hacer una dieta sana y equilibrada. Tales insinuaciones, deberían ser declaradas peligro público.
Oye, que ahora que me acuerdo, es que estoy hasta los mismísimos de que, a diario, reciba media docena de correos electrónicos de empresas, que se empeñan en ofrecerse para que me haga un alargamiento del pene. Que cabrones, ¿porqué me los mandarán a mí?. A ver si alguna se ha ido de la lengua… Coño, que ya estoy inquieto, ¿quién ha cantado?. Crasa equivocación.   
Decididamente pienso, que deberían ser mucho más rigurosos, los exámenes psicológicos de la persona que decide recurrir a la cirugía estética, porque con frecuencia, ese deseo es la consecuencia de desórdenes psicológicos subyacentes, nada despreciables. Pero, en fin, allá cada cual, que con lo suyo juega. Pero cuando se juntan el hambre y las ganas de comer, ojo con la bobada… oye, que cirujanos plásticos, los hay para los altares… y para los infiernos también, ¿eh?, que el negocio es el negocio, y si no acuérdate de los que han hecho, de Michel Jackson, un puto guiñapo. 
Pero, lo verdaderamente canalla del programa, es el autolinchamiento al que debe someterse el interesado, coaccionado como está, por la gratuidad del proceso, expuesto en la plaza pública de la TV y ante millones de miradas, ávidas de morbo, incluidas las de sus familiares y amigos. Se le exige al susodicho la autoridiculización previa, detallada e impúdica, como medio y condición, sine qua non, para conseguir su propósito. Todo ello sobrepasa con creces los límites de la indecencia, para entrar de lleno en un puro regodeo, con trazos gruesos, de sadomasoquismo no visto hasta ahora. Por ejemplo, conté, hasta siete veces en el mismo programa, la repetición del vídeo de la autoflagelación pública de la pobre mujer, en el que se ponía a sí misma a parir, de manera atroz e inmisericorde. Además, cuidando los detalles, la pobre mujer aparecía en el vídeo-vejación, con la ropa más vieja que tuviera, despeinada, en zapatillas, como recién levantada… premeditadamente hecha un adefesio, e incluía rabiosas autodescalificaciones, mientras manifestaba el asco que sentía, por sí misma, y lindezas por el estilo. A cambio de todo lo cual, se supone, gratuitamente, le reposicionaron los pabellones auriculares, operaron su miopía, le corrigieron las pistoleras, le implantaron prótesis dentales completas, saquitos de silicona a guisa de mamas, y la remataron con otro par de perrerías más, amén del corte de pelo y mechas, y regalo de zapatos de aguja y ropa, para su llegada en plan güay, al estudio, en limusina.
Pobrecita mía. Probablemente, más atractiva que antes quedó, pero, ¿quién seguirá a partir de ahora sus devaneos mentales de adaptación?, ¿quién su presumible debacle emocional?. Ojalá que nada le suceda cuando vea, ella solita, el vídeo que sus allegados, para mas INRI, habrán recibido como  recuerdo. No quisiera estar en su pellejo cuando presencie su autoinflingida minusvaloración ante las cámaras, que capaz que le da algo. Necesitará serenidad y cordura en ese trance.
…si es que hay gente estrozá de los nervios, oiga…
Sin duda. Y mala, como un dolor, también.


Correspondencia: eltuerto@semg.es

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