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martes, 14 de febrero de 2012

Mar afuera 
Pescador, hermano mío: / si naufrago en tu ribera,/ si largo por fin el cabo.../¡no me sepultes en tierra!/ Escóndeme en un cayuco/ de esos que el ostión gangrena/ un cayuco carcomido/ de los que ya no navegan./ Escóndeme de la aduana/ y de sus guardas. Haz cuenta/ de que soy un contrabando/ que le pasa al mar la tierra.../ Colócame un caracol,/ grande, bajo la cabeza;/y por si los alcatraces.../cúbreme con una vela./ Luego, en la noche, al pescar,/ me remolcas mar afuera/y me olvidas bajo el cielo/que es una barca que sueña!
/Antes, con letra de fardo,/le pones, por si lo encuentran:/"no hagáis caso de esta barca/
que es lo que el viento se lleva"./Bajo este silencio azul/ yo me iré sin tanta pena.../ No se lo digas a nadie/ pescador, porque me entierran!         
 Octavio Amórtegui (1901-1990), Mar afuera

Por el tuerto
                                               
Que Amenabar estrene película siempre es noticia y garantía de éxito. Realiza su trabajo de director de cine con una perfección poco común.
La última que ha estrenado, Mar adentro, ha gozado desde antes de su estreno de una campaña publicitaria inusualmente potente. Su presencia ha sido tan constante en cualquier medio y el bombardeo propagandístico tan abrumador, que allí donde miraras o escucharas, Ramón Sampedro Bis, te recordaba su presencia, reencarnado en el cuerpo de Bardem. O sea que, ni de muerto, en paz. En un sólo día conté que había recibido veinte impactos publicitarios de su película. O más, porque me aburrí y dejé de contar. Eso en un sólo día. ¿Buena planificación o abusiva e interesada campaña publicitaria?. Dejémoslo en mitad y mitad. Pero de que a su estreno, durante días, se le ha dado más cancha y propaganda que a cualquier otra noticia, doy fe. Además, la gran mayoría de los impactos publicitarios le habrán salido gratis porque, a lo mejor soy un ingenuo, digo yo que no le pagará a las televisiones para que en sus programas de noticias, hablen de ella. A lo mejor sí, no lo sé. Pero que ha salido en todos y cada uno de los medios y a todas horas, lo saben hasta los indios. Vamos, que este año los jerseys de cuello alto, se van a llevar cantidad.
Dejando a un lado los aspectos cinematográficos de la película y la explotación sentimental de los hechos reales, lo importante es que, imagino que intencionadamente, ha resucitado los fantasmas y tabúes colectivos en torno a la muerte. No creo que ese debate vaya a llegar muy lejos, porque no interesa, aunque repetidamente he escuchado que valdrá para reabrir el tema de la eutanasia. Para mí que no.
En España, y no te digo nada en los ambientes que se autoetiquetan de progresistas, no gusta la sencillez ni a la hora de comer. Todo lo contrario. Lo que se llevan son los revueltos. De jamón con ancas de rana, de setas con espárragos trigueros, las tortitas de trufas con cardillos silvestres y pimientos morrones y cosas así. O sea, nos encantan las mezcolanzas y los disfraces. Pero de lo que normalmente presumimos, o sea, de eso de que somos de los de “al pan, pan y al vino, vino”... de eso, nada de nada de nada.
Y la misma receta aplicamos a los temas de la muerte. Si. Hablar, lo que se dice hablar, nos gusta más que a un tonto una tiza, pero para confundir, revolver y entremezclar, no para aclarar y resolver. Porque lo que es el hablar por derecho, y sin tapujos, ni hartos a vino. No es políticamente correcto, me dice el cachondo de turno. Por eso, en el tema de la muerte, utilizamos unos requiebros terminológicos con los que no se aclara ni dios, lo que permite que cada cual pueda atribuir un significado distinto a lo escuchado. Huimos de la claridad, como el gato de la lluvia, porque nos asusta.
Y, precisamente en este tema, lo que se necesita es transparencia y concreción, es decir, justo lo contrario de lo que hacemos. En la eutanasia, de revueltos y mezcolanzas, nada. La verdad, encima de la mesa y las cartas boca arriba.
¿La verdad nos hará libres?, pues vamos a ella.
Lo que está claro es que no hay nada, ni claro ni nuevo, en la eutanasia. No por mucho hablar de la muerte del prójimo, que es el único hecho personal e intransferible, individual e íntimo donde los haya, las posturas colectivas van a cambiar así como así.  Además, te diré de entrada que, me importa tres puñetas si cambian o no, porque si tengo que hablar de la muerte y del final de la vida, tengo que pensar necesariamente en mi propia muerte y en el final de mi propia vida. Y cuando ese momento me llegue, que lo hará, la opinión de los demás, me será indiferente. Para tan sumo e íntimo momento, la única opinión válida para mi, es y será la mía. Y si puedo, tomaré mis propias decisiones. Las mías. Si no puedo, pues... la naturaleza dirá lo que tenga que decir, y punto, decisión que de antemano acato. Me imagino que a ti te pasará tres cuartos de lo mismo. ¿O no?.
Pero es decepcionante. Los debates que hasta ahora he presenciado en torno a la eutanasia, sólo valen para crear una mayor confusión, ficticia y premeditada, respecto al tema. Que pena, coño, que pena. Otra oportunidad perdida.
Mira... ¿como decirte, colega?... Para hablar de la muerte, lo primero que tenemos que hacer es emplear todos el mismo glosario, que es bien sencillito. Tres palabras, no más. Si lo que pretendemos es entendernos, necesariamente debemos hablar en un lenguaje común. Pues, a ver si nos ponemos de acuerdo, que sólo tiene tres términos, hombre, y bien claritos.
El término eutanasia, etimológicamente significa bien morir y no te molestes ni te empeñes en buscarle otro significado porque no lo tiene.
El término homicidio, etimológicamente significa matar a un ser humano, y no te molestes ni te empeñes en buscarle otro significado, porque no lo tiene.
El término suicidio, etimológicamente significa darse muerte a sí mismo, por sí mismo y no te molestes ni te empeñes en buscarle otro significado, porque no lo tiene. En el suicidio asistido, el sujeto se da muerte a sí mismo pero con la ayuda de terceros, porque sin ella, no podría llevar a cabo lo necesario para lograr su propia muerte. O sea, Ramón Sampedro.
¿Estamos de acuerdo en esos tres términos?. Sí o no. No hay peros. O sí, o no.
O sea, que eutanasia sería, por ejemplo, llegar a los 90, y que de repente te pegue un infarto mientras estás dormidito en la cuna , que ni te enteras de la que te cae, punto final a tu vida, y adiós muy buenas. Has muerto cómoda y tranquilamente. Es lo normal.
O sea, que homicidio sería, por ejemplo, llegar a los 90 y que de repente entre alguien en tu habitación y te pegue dos tiros en la cabeza mientras estás dormidito en la cuna, con lo que punto final a tu vida y adiós muy buenas. Es una canallada antinatural.
O sea, que suicidio sería, por ejemplo, llegar a los 90 y que cuando te vas a la cuna dejas puesto el despertador para las cuatro de la mañana, hora a la cual te levantas te tiras tu solito desde el décimo piso por la ventana, y adiós muy buenas. Probablemente es un error, pero, tu mismo.
Pero ya tenemos el primer lío montado, porque malintencionadamente, matar a un ser humano pretende camuflarse bajo el eufemismo de eutanasia, cuando en realidad, eso, lo que es, es un homicidio. Consentido y autorizado y todo lo que tu quieras, pero homicidio al fin. ¿Podemos llegar a otro acuerdo terminológico?. Por ejemplo: Dar muerte, intencionada y premeditadamente, con la autorización y el consentimiento de la propia víctima, o en su defecto, con los de sus tutores legales y el visto bueno del juez de guardia, vamos a denominarlo“homicidio legal” y ya está. Dicho con palabras llanas, será matar a un ser humano, cometer un homicidio, pero con la diferencia de que, del hecho en sí, no se derivará responsabilidad penal alguna porque, el que lo lleva a cabo, habrá sido autorizado para ello. Al sujeto que lo realiza, se le denomina verdugo, y se le exime de antemano de cualquier tipo de responsabilidad por ello.
Como médico que soy, cuando uno de mis pacientes desea morir y sé que está decidido a suicidarse, me planteo dos supuestos:
- Si considero que su mente está lúcida y él está en sus cabales, mi deber moral es intentar convencerle de que está en un error y ofrecerle todo tipo de ayuda para no matarse. Pero si la rechaza, la decisión final, será suya, y es libre de hacer lo que crea más oportuno. Es su propia vida sobre la que decide. Nada que objetar. Sólo tristeza e impotencia, en tanto en cuanto no habré sabido ayudarle a gozar viviendo.
-  Si considero que su mente no está lúcida y que él no está en sus cabales, mi deber es tratar de impedir, por todos los medios a mi alcance, que un ser, privado de lucidez y por tanto de libre albedrío, pueda llevar a cabo actos contra sí mismo que en situación de normalidad mental no cometería. Creo ayudarle impidiéndole pasar al acto porque sé que, su elección, no es producto y consecuencia de su libertad, si no de su ofuscación.
En el primer caso pues, el suicidio no dejaría de ser un acto más de libertad individual, que debo respetar. En el segundo, mi deber es tratar de conservar su vida porque lo considero incapaz e irresponsable para la toma de decisiones en ese momento.
Cuando uno de mis pacientes desea morir, por las peculiares circunstancias que condicionan su existencia, o sea, que lo que desea es morir como vía de escape de una situación atroz e insoportable de dolor, físico o psíquico, la muerte no es la mejor solución. Mi obligación como médico será la de emplear toda mi ciencia y conciencia, y la de quien necesario fuere, en evitar el sufrimiento del paciente con los medios que la situación requiera. Esa tarea hoy día, es perfectamente posible y le ayudaré, "incluso cuando el empleo de esos medios pueda conllevar un acortamiento real de la vida" palabras incluidas hasta en las encíclicas papales, y moral, deontológica y éticamente, irreprochables. Porque cuando hay la más mínima esperanza de una vuelta atrás, de un regreso al no sufrimiento, todos los cuidados son pocos, conlleven los riesgos que conlleven y deberemos actuar con decisión.
Cuando esa esperanza no existe, cualquier actitud tendente a prolongar artificialmente la vida, amén de innecesaria, es cruel y absurda, en cuyo caso, el ensañamiento terapéutico es ridículo y va contra la moral, la deontología y la ética. En ese caso, está justificado dejar a la enfermedad evolucionar de un modo natural, impidiendo con vigor cualquier tipo de sufrimiento para el paciente, "incluso cuando el empleo de esos medios pueda conllevar un acortamiento real de la vida". Bueno, si estamos hasta aquí de acuerdo...
El problema surge cuando coinciden en un paciente el deseo firme de morir, con una mente lúcida y un organismo físicamente anulado y por ello, incapaz de poder llevar a cabo acto suicida alguno. O incluso, cuando físicamente válido, no desea él mismo darse muerte, pero sí desea morir y te demanda que seas tú el que actúes por él, que lo mates. Esas situaciones son tan extraordinariamente raras, como para ser en sí mismas la excepción y anécdota que confirman la regla, pero existir, es posible que existan.
En esos casos, ¿el médico debe matar a petición del paciente?.
Mi respuesta es clara y rotunda. No matarás. En ningún caso, con ninguna excepción. No me vale la opinión del propio enfermo, ni la de sus familiares o amigos, ni la de los jueces o la ley. Yo no debo matar, yo no soy quién para decidir el final de una vida, y menos aún, para llevar a cabo los actos que sé, por mi condición de médico, que van a causar la muerte de un ser humano. Ni aún en el caso de ser legalmente autorizado para ello porque, de Dios abajo, no reconoceré a nadie, la potestad de poder decidir sobre la vida de otro.
Bueno, dirás que en ese caso yo, haga valer mi objeción de conciencia, que no mate, y que me aparte para que puedas hacerlo tu, que piensas de otro modo, y listo. Pues no. Si eso piensas, te volveré a decir que no. Que lo primero, no matarás. Porque, por esa regla de tres, ¿para que coños me he tirado yo, probablemente igual que tú, toda la vida peleando contra la pena de muerte?. Y es que el dilema, dicho por alguien mucho más listo que yo, no es si alguien merece morir, si no si hay alguien que tenga derecho a matar, que es bien distinto. Lo paradójico es, que compañeros que se dicen contrarios a la pena de muerte, se manifiesten a favor del “homicidio legal” , que llaman eufemísticamente eutanasia.
Este verano, se publicó el caso de un preso americano, convicto y confeso de no se cuantos asesinatos, que fue condenado a muerte hace tres años en los EEUU. Rechazó todo tipo de recursos porque manifestó su firme deseo de morir “para expiar sus pecados” porque sólo así quedaría en paz consigo mismo. Decía que su vida era un infierno, abrumado por la culpabilidad y deseaba morir,“tenía derecho a morir” según sus propias palabras y no le dejaban suicidarse. Los psiquiatras hablaron de su lucidez, de su perfecta cordura. Quería morir y tenía todo el derecho a no recurrir. Bueno pues, saltándose la voluntad del reo, fue el propio fiscal del caso, su acusador público, paradojas del destino, el mismo que había conseguido su condena a muerte, el que recurrió la sentencia. Al final de los tres años fue ejecutado, pero no a consecuencia de su derecho a no recurrir, no, si no por la imposición de la ley salvaje, esa del ojo por ojo, la de tu la haces, tu la pagas, la de los partidarios de la pena de muerte. Entró cantando y dando las gracias a sus verdugos, a los de la inyección letal. Que horror, que barbaridad... Y digo, ¿porqué le mataron con una inyección, cuando en realidad sufriría menos descerebrándolo en el acto con un disparo en pleno encéfalo?. Hombre, ya sé que se mancharía la habitación de sangre, que luego hay que andar fregando y la realidad no gusta porque te pone frente al espejo de tu brutalidad, de tu canallada y ¿mejor que no se vean las consecuencias de tus actos?, ¿para quién mejor?.
Y ya puestos, me pregunto, ¿habrá que enseñar en las Facultades de Medicina cómo matar a pacientes que lo demanden?, ¿a navaja cabritera?, ¿a tiros?, ¿por ahorcadura?, o mejor ¿según los gustos del estudiante?. Válgame Dios, que perrería.
Quitar la vida a un ser humano, con plena conciencia de lo que se hace, premeditadamente, asegurándonos de su imposible huida... o sea... la figura jurídica del asesinato con alevosía.
Ya me imagino diciendo: "Bernardo, a ti te mato a las dos, después no, que tengo guardia y no puedo llegar tarde, vale?. Estate preparado, que el cura tiene un bautizo a las cuatro y quiere que termine contigo cuanto antes para que le dé tiempo a vestirse para el bautizo". O  saliendo de casa, diciéndole a la mujer: "Voy a ver si mato a Bernardo en un momento, que a ese en un pis-pas si se me da como el otro día con Manuela, así que tu estate preparada que cuando vuelva, nos vamos con los niños a comprarles los zapatos". O ya por la noche, en la cama, comentándole:" No se me dio mal, pero lo que aguantaba el tío, que se tiró 7 minutos en agonía, aunque eso sí, él ni se enteró, pero su mujer me miraba... ". Execrable y estúpido.
Cuando el médico es partidario de la pena de muerte, amparado por la ley, es decir, eximido de la consecuencia de sus actos, ni pestañeará al quitar la vida a un ser humano. Acuérdate de la cara de buenazo del médico inglés ese, que terminó suicidándose, que se llevaba por delante a las viejitas de su cupo que le daban pena, por docenas. Ostras tú, fíate de la Virgen y no corras. Habrá que pensar bien en qué médico de cabecera que elige uno, no siendo que te vea cara de triste... y te la prepare, “porque le dabas pena”.
Entre las entusiastas espontáneos de la eutanasia en residencias de ancianos, normalmente ATS, se ha probado que, en la mayoría de los casos, lo hacían teniendo contrapartidas bien “del matado”, bien de sus familiares. O sea, bajo precio. El último el ATS descubierto en Francia a principios de año, 26 muertos en su lista, era todo un negociante. Admitía hasta cobros en especie, como el matar a la abuela si no le ponía pegas la nieta para acostarse con él en los siguientes dos años. Menos en uno de los casos, que mató a la anciana sin demanda previa porque, aunque no tenía bienes ni quien le pagara por hacerlo, lo hizo “porque le daba pena". Ya ves, que majo, que corazón el suyo... Y pregunto: ¿porqué los juicios de esos monstruos no se airean en la prensa, como los de cualquier otro pájaro de mucha menor trascendencia?. Porque hay a quién no le interesa, léase a las asociaciones pro-eutanasia.
No es la compasión, si no el egoísmo de los familiares el motor de muchas eutanasias. No es el sufrimiento físico, si no el sentirse un estorbo para los demás, el verse despreciado y no deseado, el sentirse una carga y el sufrimiento moral que esas sensaciones conllevan, la causa que impulsa al paciente a solicitar a su médico que acabe con él, que lo mate.
Bajo esa demanda, que es bastante habitual en el anciano, siempre encontré una petición desesperada de ayuda, de consuelo, de apoyo emocional, de comprensión, de afecto... que no se le está prestando del modo que él espera que se haga.
Nuestra labor no es la de un matarife. Lo primero, no matarás. La correcta atención al enfermo terminal, con buenos cuidados paliativos, evitará el abismo hacia lo absurdo.
Demos una salida lógica y sensata.
Mejor, mar afuera, a la luz, a la alegría, a la ilusión, a la esperanza...


Correspondencia: eltuerto@semg.es

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