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martes, 14 de febrero de 2012

Libéranos dómine
Por El Tuerto
Se había caído de una encina y, en su caída, rebotando de rama en rama, el pobrito se puso como un San Lázaro. Era un tío duro, pero la corteza de la encina es áspera  como una teja y, menos en el velo del paladar, tenía hematomas y golpes por todo el cuerpo. Y además, estaba desollao como un conejo por los raspones. Sí, ya sé que se dice heridas erosivas, que hasta ahí llego, pero la verdad es que lo suyo eran raspones.Unos raspones del carajo. Se trataba de un soldado del ejercito de tierra, comando de una patrulla que estaba por la zona, haciendo maniobras. Total, que el ATS y yo, hicimos lo que teníamos que hacer, o sea, recomponerle como pudimos. Nada grave, pero doloroso como para llorar hasta deshidratarte. De esto hace más de diez años. Lo recuerdo perfectamente porque desde el primer momento nos sorprendió que, tipos como aquellos, disfrazados de Rambo y con una pinta de salvajes acorde a su cometido, tuvieran la educación que demostraron tener. Del primero al último, se portaron y colaboraron en todo con una cortesía y una amabilidad exquisitas. Resuelto el caso, al día siguiente, nos fueron a buscar a la salida de la consulta, para invitarnos a tomar algo con ellos a su campamento base. Se desvivieron en sus agradecimientos. Vamos, como los de mi pueblo “má o meno”.  (Ya... eso se lo dirás tú a todas...). Días después, desde su lugar de origen, nos envió una carta de agradecimiento su Jefazo Jerárquico, junto con un escudo en miniatura del batallón. Chapeau !!!.
            [(Ministra Calvo... eso no significa necesariamente “sombrero”, mujer, que tiene un     significado figurado... anda, calla... que dixit ... tampoco es un nombre de ratón, que tu de   latín andas flojita, ¿eh?.  Ah, pillina !. Pues ya sabes... a aprender a Salamanca. Bueno, tu no,      por Dios, tu no, que si vas por allí te pelan, que para lo del Archivo de Salamanca, para eso sí,             has puesto empeño y saña a raudales, ¿eh?. Ojalá  no lo consigas para Carod, pero por si las        moscas... que os zurzan a ambos!)]
Cuando recuerdo aquello de los militares me río, porque yo, que no hice la mili a Dios gracias, pocas veces he metido la pata tanto y tan descabelladamente como aquel día. Parecía la ministra Calvo en sus días más negros. Confundía galones con estrellas, llamaba capitán al que era sargento...teniente al cabo... De coña, tú. Me explicaron lo de las graduaciones, las estrellas, los galones... Qué ridículo, cuando le dije a uno... Oye, ¿y tu que coños eres que llevas estrellas de pocas puntas?, tu chusquero ¿no?. Me respondió a carcajadas: No hombre, no... yo soy el Sheriff. Ostras, que corte. Me dieron ganas de cuadrarme, pero como no sabía...
Bueno, pues aquel día comprendí lo mal que el Estado trata a los que, en su nombre, se ocupan de ayudar a los demás. Desde sus sueldos, hasta su utillaje. Tenían los pobritos unos Jeep desvencijados a más no poder; las armas, de la época de Mary Castaña, eso sí, limpitas y relucientes; los camiones con más manos de pintura que la cara de Sara Montiel, vamos, que no se le veían ni los tronillos de la chapa; el utillaje de cocina era obsoleto... Que vergüenza. Menos mal que entonces, como no fuera una guerra-tipo-Gila, otro peligro no corríamos, que si no... Transmitían una pobreza, en lo básico, indignante y vergonzosa, que chocaba con sus conocimientos de filosofía, geografía, arte... eran tíos cultivados, y lo comenté con ellos pero, cortésmente, evitaron en todo momento asentir o hacer cualquier crítica mordaz contra sus mandos o el Estado. Comprendí que no debía seguir arañándoles en la herida. Razones había de sobra, pero no ya no por ellos, que también, si no por nosotros, sus supuestamente protegidos.
Pues lo mismo que a los militares aquellos les pasaba entonces, nos pasa a día de la fecha a los médicos. ¿Ellos habrán mejorado?. No lo sé, pero nosotros estamos apuntalados, pendientes de derribo y sólo nos falta que llegue la escavadora. Es algo indignante y bochornoso que quiero, una vez más, denunciar desde aquí. No ya como médico, que daría caña como para no parar, porque sé que luego sacarían lo del jodido corporativismo y todas esas mandangas, sino como potencial paciente que soy, igual que tú y que todos, toca madera, que a todos, nos llegará. Así que no sangro por la herida pero, intencionadamente, bramo por la de los demás.
Sólo tienes que tener-que-ir a un hospital y abrir los ojos. Como yo he hecho. Lo lógico, lo normal, lo civilizado, lo cuerdo, es que cuando uno tiene la desgracia de necesitar un Hospital, sea tratado allí con la dignidad y el respeto que merece cualquier persona, y acorde al nivel económico del país en el que se encuentra. Entre otras cosas, para eso pagamos impuestos, y de qué manera, Virgen Santa.
Pues no. En España, de eso nada de nada. El trato humano, sí, lo tienes garantizado, vale, y lo que necesites en repuestos y mano de obra, probablemente también. Pero que los que allí trabajan lo hagan con las estrecheces que lo hacen, es irritante. Aquí, los politiquillos que dividen la tarta colectiva, prefieren gastarse las pelas de todos en fiestas y verbenas. O en contratar titiriteros tipo-almodovar  para el pregón desde el balcón del Ayuntamiento en días de farra, que dá votos y queda como muy modelno. Mientras así nos distraen, los del manoseado“no-a-la-guerra”  se compran sofisticados aviones Eurofigther, por decenas, que no sé que coños van a hacer con ellos. ¿Jugar a las muñecas?. Mi no comprender. Pero a lo que iba...
Entro en un hospital de referencia nacional, tercer nivel, acompañando a un colega con una enfermedad grave. Lo va a ver el superespecialista en la materia, toda una autoridad en ese tema concreto. Los trámites burocráticos para llegar hasta él, han sido largos y estúpidos, por los problemas financieros interautonómicos, (que esa es otra de la que ya escribiré algún día). En sus manos residen las últimas esperanzas de vida de mi amigo. Cuando le conocemos, constato una vez más, que la inteligencia, el saber y la experiencia no están en absoluto, reñidas con la humildad, la cordialidad o la sencillez. Todo lo que de él pudiera decir aquí, sería poco. Me lo callo y que Dios se lo pague. Pero es que cuando entramos a su despacho, se nos cae el alma a los pies. La madre que me parió... Su consulta, abuhardillada, no lo es por lujo, sino por necesidad. Peor que la mía. En realidad aprovecha el hueco bajo una escalera de poco más de metro y medio de ancha, en la que es difícil entenderse, porque por el puñetero techo, o sea, por la escalera, no deja de bajar y subir, un tráfico humano de vociferantes enfermeras, ancianos renqueantes con bastón, o niños rezongando de la mano de sus madres. Y nosotros escuchándoles... manda güebos... entre explicación y explicación. Increíble, vejatorio, vergonzante, estúpido y desalmado. Eso, por lo menos. Para él, y para sus enfermos, claro. De inmediato me vinieron a la cabeza las imágenes que en ella tengo, troqueladas con cariño, de cuando en los recreos de mi infancia nos acercábamos los escolares a oír tocar la gaita gallega a un zapatero remendón que, cuando descansaba en su trabajo, nos sobrecogía y encandilaba con su música... en su local de negocio, situado en un portal cercano, bajo la escalera. O sea, igualito.
En otro hospital que entro, el pasillo, que por definición es sitio o lugar de paso, resulta que tiene, sin pudor alguno, numeradas cada dos o tres pasos sus paredes... bajo cuyos dígitos están las cabeceras de las camas que ocupan los que han tenido las desdicha de que sus cuerpos estén temporalmente averiados. ¿Estamos tontos todos?. ¿Pondrían ahí a la Sra. Salgado, la ministra, en caso de tener que repararle chapa y pintura, que le deseo que no ?. Vamoooooos... me imagino a mí mismo en esa vejatoria situación, con camisón azul abierto por detrás y el culo al aire, expuesto ante todo bicho viviente que por allí pase y que me vean en primer plano, jodido y desamparado... y es que me entran ganas de poner a parir preventivamentehasta al lucero del alba. Que no es eso, coño, que no es eso, hombre, que un enfermo, necesita otro nicho ecológico, otra dignidad, otro respeto, otras condiciones...
El enfermo, también necesita saber que el médico que le atiende, desarrolla su profesión en condiciones suficientes de reconocimiento social, laboral y económico  acordes con su satatus, y que se siente a gusto, relajado, y contento, mientras le ayuda a superar a él sus problemas de salud. Ay!, si ellos supieran... bueno, los míos lo saben, porque cuando me cabrean, que también, les saco los cuarenta céntimos libres de impuestos que cobro al mes por cada cual, más o menos y se los planto encima de la mesa, y los mando, llegado el caso, a hacer puñetas. No falla y reconducen la situación al momento, ellos solitos, cuando comprenden que su médico gana menos, al mes, que el albañil del pueblo. Eso, también, es importante para ellos. Y para nosotros, ni te digo, que ya son siete-mil colegas los que se han ido en busca de mejor fortuna al extranjero. ¿España 1960?. No, España 2005.
Ya lo he dicho un montón de veces... “si fuera más joven, me cambiaba de país”.
Y para remate, elecciones en la OMC y sale de Presidente, oh! sorpresa, contra cualquier pronóstico sensato... sí, hombre, sí... ese compañero que, representando a su Colegio, lucía una especie de uniforme-paramilitar-de-gala que se hizo hacer que, sólo con verlo, sonroja y alucina al más pintao. No recuerdo ya si también llevaba  sable, además de los guantes blancos, porque el bochorno que sentí al verlo de esa guisa fue tal que... bueno, que bajé la mirada para otro lado... pero me enteraré, me enteraré. Gorra de plato y charreteras, fijo que lleva... lo del sable, no lo sé, pero me enteraré...
Que habremos hecho, Señor, nosotros tus siervos, para merecernos también esto... Demasiao p´al body... pena de profesión...



Correspondencia: eltuerto@semg.es

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