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martes, 14 de febrero de 2012

Casualidad, violencia e injusticia

Por el Tuerto

Nada es inútil por insignificante que parezca. Para bien o para mal, el curso de las cosas puede variar, drásticamente, por cualquier cambio que, en él, se produzca, independientemente de que sea aleatorio o intencional. O sea, que me reafirmo en el “efecto mariposa”.  Yo soy de los que, sin obsesiones, me lo creo a pie juntillas.
Por mi permanente curiosidad, casi infantil, compruebo a diario la importancia de lo pequeño, de lo anecdótico, de lo insignificante. Y me inquieta que, cualquier cambio, sin interés aparente en principio, pueda adquirir, a posteriori, una importancia vital. No me parece justo, pero sus consecuencias son evidentes, tanto en sucesos de importancia histórica para la humanidad, como en los de la biografía de cualquiera de nosotros, o en la del país en el que vivimos. Comprenderás mejor de lo que hablo, cuando observes lo que acontece con cierta distancia emocional.
En mi consulta, tengo relación cotidiana con pacientes en los que, a poco que indago, me encuentro con biografías que han sido troqueladas, a veces brutalmente, por la casualidad, la violencia o la injusticia. Con frecuencia, hasta por las tres al unísono. Cada vez que eso sucede, me da por pensar en los porqués. Y comprendo su mezcla de amargura, rabia, tristeza o desilusión, porque no es para menos. Me descolocan cuando me piden que les ayudes a comprender, que les de una explicación verosímil de porqué ha sucedido, de porqué a él, como si los médicos tuviéramos que tener respuestas para todo. Me duele, en esas ocasiones, tener que guardar un respetuoso silencio ¿qué otra cosa puedo hacer? porque, yo tampoco tengo las respuestas que buscan. Al final el tratar de consolar, es lo único viable, mientras intento desculpabilizarles, de culpas que no tienen.
Recuerdo un accidente de tráfico, en el que un chaval de ventipocos, se estampó contra otro al saltarse un stop, en una carretera sin tránsito y tan secundaria como que ni aparece en los mapas. El conductor del otro coche, que sobrevivió con lesiones graves, no paraba de decirme mientras le atendía, en la cuneta... “Maldita sea...si no me hubiera parado a mear, si no me hubiera parado a mear”.... Tan insólita frase, repetida varias veces, terminó despertando mi curiosidad, que quedó plenamente despejada cuando me explicó, mientras hacía lo que podía, a la espera de evacuarlo, que... “si no me hubiera parado a mear, 500 metros antes del cruce, ese chaval estaría vivo... maldita sea... que por aquí, no pasa ni dios, y mire la que hemos liado... él se habría saltado el stop igual, seguro, pero yo ya habría pasado el cruce, rato antes de que él llegara. Pobrecito... para que me pararía, Dios mío, para qué cojones me pararía yo... y todo por pararme a mear, maldita sea”... En aquellos momentos, el hombre se tenía tal cabreo consigo mismo, que maldecía una y otra vez, entre sollozos, lo del “pararse a mear”, de lo que no tenía, por supuesto, culpa alguna. Tuve la sensación, una vez más, de que alguien, no sé quién, pero por mis muertos que tiene que estar por aquí, parecía haber vuelto a jugar ¿a lo tonto? con las marionetas. Esta vez, con los dos implicados, o sea, con el que se saltó el stop, y con al que le dio por mear en el peor momento. A eso, algunos lo llamamos fatal casualidad. Pero, no me digas que no es mala leche. 
Ya lo dice el refranero, que “unos nacen pa estrella y otros estrellaos”, pero lo que no dice es que, tan dispar resultado, pueda ser la cabreante consecuencia del azar, la mala pata, o de un simple descuido. Cierto es que, a la suerte, hay que ayudarle a llegar, vale, pero no es menos cierto, que la vida, a unos parece perdonarles todo, mientras que a otros, no les pasa ni una.
Ese día, me acosté tristón. No encontraba la postura y mientras le daba vueltas a lo sucedido, me vinieron a la cabeza las dramáticas imágenes, captadas por el vídeo de un cajero automático, en las que un trío de jóvenes anormales, a falta de mejor provecho, se divertían vejando a una mujer ¿He dicho anormales? En su sentido etimológico, no tanto, porque visto lo visto, los a-normales, abundan por doquier. La insultaron, golpearon, y entre mofa y mofa, terminaron, ya puestos, quemándola viva. Tienen suerte de que ya no se lleve, por estos lares, lo del ojo por ojo y…, porque no les iba a quedar ni un piño en sus boquitas, mal rayo los parta.  Ya me dirás si no es puñetera casualidad, que te topes, con semejantes bestias.
La pobre mujer había pasado, de ser una trabajadora normal, a ser una sin techo, sin paro y sin amparo, en cuestión de nada. Dicen que, vueltas que da la vida, solía pasar las noches refugiada en el cajero de un banco. Que si un desengaño amoroso, que si el alcohol, que si no se qué... lo leí en los periódicos... y la pobrita terminó en la calle. Como tantos. Sin nada de nada, en esta sociedad de consumo, tener que taparse del frío con cartones, debe ser duro, muy duro. Y lo de sobrevivir así, tiene que ser jodido, sobre todo, cuando a tu alrededor pululan los más salvajes de la tribu, que no te lo ponen fácil, porque encima, están aburridos. Después he leído, que ellos mismos, y otros de su misma calaña, se dedicaban por puro divertimento, a maltratar a mendigos, mientras filmaban sus fechorías con los móviles, machadas que se transmitían unos a otros por idéntico medio, para regocijo colectivo ¿Cabe mayor violencia e injusticia?
Estamos en una sociedad de taraos, vale, pero ¿qué hacemos, para que así no sea? La toleramos y sobrevivimos en ella, pero ante sus consecuencias, si no nos atañen personalmente, volvemos la cara para no implicarnos. Sin más. Y nos damos la vuelta en la cama, tranquilos, tapaditos con buenas mantas, mientras la lluvia golpea la ventana y, al que tenga que taparse con cartones, pues mira, que le den. Qué injusticia, qué insensibilidad, qué estupidez colectiva, qué… ¿Que pretendo la utopía? Bueno, pues sí, pero, es de justicia ¿no?.
Homo homini lupus. Que la vida es jodida y dura, y más para unos que para otros, lo sabemos todos, vale, ¿pero qué podemos hacer, para que sucesos como ese, jamás vuelvan a suceder? ¿La Ley? Si la aplicaran en su espíritu sí, claro, como cuando la redactaron, pero como dicen que se aplique en según qué circunstancias…
Desde el momento en el que al primer mono, le dio por bajarse del árbol y ponerse a pensar, era de prever que la iba a liar. Seguro que lo hizo adrede, a sabiendas de que andando por el suelo, se pueden hacer más y peores perrerías que saltando de rama en rama. O sea, que se bajó del árbol ya con mala uva y peores ideas, porque cabroncete era ya, desde su más tierna infancia. Pero esa condición, ¿era innata o adquirida?. Esa es la clave para saber porqué hemos salido así sus descendientes, y la respuesta a muchos de los porqués de la violencia y de la tolerancia a la injusticia en la sociedad actual ¿ Que de tal palo, tal astilla? Bueno, puede ser.
Pero mira, que no, que hay algo que no me cuadra. La violencia innata, instintiva, cesa en cuanto se le pone coto, a las primeras de cambio. Así, el cachorro, muerde hasta que se lleva el primer bofetón por hacerlo, y a partir de ahí, se lo piensa dos veces, y no lo hace más. Pero la violencia adquirida, es de génesis muy distinta, porque durante el aprendizaje, sólo se adquiere y asume lo que es útil y lo que no, se deshecha. La violencia adquirida, es marcadamente funcional  y se perpetúa por su validez. Cuando el violento consigue sus fines por serlo, la retroalimentación está cantada. Y como toleremos, que esa pescadilla se muerda la cola, es harto improbable que esa especie de “locura en tiovivo”, se pare algún día. He ahí la cuestión. Frente al violento, tolerancia cero, porque el que lo ha sido, lo es de por vida, aunque la mantenga más o menos soterrada en función de sus conveniencias puntuales. A la menor, volverá a emplearla, como medio para alcanzar sus fines.
Axioma: Con el violento, toda cesión es inútil, y con él, no se negocia, no se pacta, no se discute, no se le escucha. A él, solamente se le aplica la Ley, Y punto. Y quien diga lo contrario, o no sabe lo que dice, o miente por conveniencia. Así de sencillo. Salvo que lo haga por connivencia, claro.
En consulta, con pacientes que han sido victimas de la violencia, en cualquiera de sus formas y variables, he visto de casi todo. Nos estamos acostumbrando a ser  tan miserables, tan rastreros, tan medrosos, que ya no es sólo que a las victimas parece que nos las queramos quitar de encima cuanto antes, como si estorbaran, si no que, encima queramos condenarlas al silencio. Y para mayor escarnio, es raro encontrar una, que no haya sido directamente culpabilizada, en algún estamento, por el mero hecho de serlo. Lo sea de violencia doméstica (señora, si su marido no quiere que salga a la calle sin él, pues no salga, joder, mire que es sencillo –palabra de juez-), de violencia sexual (con esa pinta que lleva, es que parece que va provocando –guardia civil-), de atracos navaja en mano (a esas horas y por esos sitios, ya me dirá que esperaba encontrarse –secretario judicial-), de terrorismo (la culpa es suya, que se empeñaba en ayudar a los demás como si le fuera la vida en ello –hermanísimo-), y otras frases más lacerantes, que por prudencia y pudor, me callo. O sea, que cuando tienes sentada frente a ti a una victima, ya no es sólo que tengas que intentar recuperar esa mente chocada y trastocada por la brutalidad de lo inesperado y la sensación de indefensión, extrañeza y estupor con que ha vivido todo lo sucedido, si no que, encima, tienes que investigar y diseccionar, el origen de sus frecuentes sentimientos de culpa. Y tienes que empezar por que expresamente sepan que deben, pueden y tienen, el derecho a explayarse contigo en libertad, sin autocensura, con franqueza. Es duro, muy duro, y te toca, y a veces rompe, tu propia fibra, cuando captas su dolor y su horror, por lo sobrevenido.
Si sólo, violencia e injusticia, fueran las variables del problema, la solución, aunque nada fácil, sería abordable. Pero no. Desgraciadamente intervienen otras muchas variables, para complicar la ecuación a resolver, entre las que destaca por su enorme importancia, la casualidad ¿Qué si existe? Hombre, dicen que sí, no sé.
Y amigo, cuando esa aparece, o se recome por su mal fario y echa la culpa al azar,  a los demás y a la sociedad entera, o si le quedan rescoldos religiosos, le ayudas a agarrarse a Dios como a un clavo ardiendo, que remedio, queriendo saber. Al menos, que le quede el consuelo ese de, Dios escribe derecho con renglones torcidos.
Me parece que vivimos en una sociedad, que deja ¿intencionadamente? demasiados cabos sueltos, para que la omnipresente casualidad, los ate cuando le venga en gana. Y luego, pasa lo que pasa. Pero, mira…
A la violencia y a la injusticia, con la Ley. Ni una ventaja, ni una cesión, ni a los unos, ni a los otros, que en ello, nos va el pellejo a todos. Y para eso, nada como saber la verdad, diseccionándola de la casualidad, contra la que, poco podemos hacer.
Y a sus víctimas, nuestro reconocimiento, preservando su memoria, salvaguardando su dignidad, y en su nombre, exigiendo justicia. La solidaridad se impone.
Varias veces he tenido que actuar, a petición de las familias y por designación del Juez de Guardia, como perito en las autopsias medicolegales de mis pacientes, tras fallecimientos en situaciones controvertidas. Y siempre, a la salida del local, me he encontrado con un montón de pares de ojos clavados en los míos, mientras del portavoz espontáneo de la familia, he escuchado eso de: Díganos la verdad,  sea la que sea. Queremos saber la verdad. Y se la he dicho. Es normal, es humano y es de justicia. Por eso mismo, yo también, quiero saber la verdad.  
Hablando de otra cosa: ¿Te gusta el ajedrez?. A mi me encanta ser Peón Negro ¿y tú, por qué no? Anímate a jugar.
Ganaremos todos.


Correspondencia: entuerto@semg.es

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