Vistas de página en total

martes, 14 de febrero de 2012

Repelús 
Por El Tuerto 
No lo sé. Tal vez sea un trauma infantil el que me impulsa a no aceptar las cosas que no acepto. O puede que sea un inadaptado asocial, un cabezón, y yo sin darme cuenta hasta ahora, mira tú. A lo mejor, todavía un psicoanalista podría hacerme un apaño, darme un repasito al tejado y reparar las goteras de mi tarro. Muy hábil tendría que ser el fulano y, de esos, seguro que ya no quedan, que muerto Freud, se acabó la rabia. Además, ya sería tarde. Na, que no hay na que rascar y, para qué perder el tiempo, que a mis años hay cosas que no tienen cura, y punto. Y ésta será, una de tantas.
El caso es que, ya verás... ¿como explicarte?... es que, cuando veo algunas cosas que veo, como que me dan un brinco los menudillos y me pongo de una mala uva que no veas. Me niego a resignarme, a callarme, y la monto. Soy médico, y hay cosas que atentan contra la salud mental del más pintao, incluida la de los niños, y por esa y sus consecuencias futuras, lógicamente me preocupo. Como por ejemplo... cuando he oído y visto a la niña de la cancioncilla esa de “antes muerta que sencilla”.  Que horror, dios mío... que pasada, que bodrio, que repelús... Que pena.
Déjame retroceder en el tiempo. Me acuerdo perfectamente. Yo no tendría más de 7 u 8 años y aquella tarde mi padre nos llevó al circo a unos cuantos hermanos.
Cuando íbamos a algún sitio, siempre íbamos varios, porque éramos un montón y eso si que era una gozada. Tenías con quién pelearte cuando quisieras, o sea, a la carta, que siempre había algún hermano al lado dispuesto a darte réplica a la gresca que buscabas, y luego tan amigos. Pero también quien te defendiera en caso de que te metieras en apuros, o con quién colaborar, mismamente, haciendo perrerías. Como hijo, lo de ser muchos hermanos, era una pasada. Envidiable, una maravilla. Como padre, debía de ser la releche... pero nunca vi, ni oí, quejarse a mis padres de ello. Y entonces la vida era de otra manera, como más predecible y natural, no como ahora, que cualquier niño de esa edad ha visto ya, por la tele, hasta lo que nunca tendría que ver, o al menos, por pura normalidad, no hasta muchos años después. Te parecerá mentira, y te juro que no soy tan mayor, pero entonces, cosa increíble, ¿verdad?, pues que no había tele. Al menos, al alcance de cualquiera. Quizás por eso, las cosas eran, y las vivías, de un modo radicalmente diferente al de ahora. Si ibas al cine, por ejemplo, a ver“La quimera del Oro”... aquello era algo especial. Si al circo, una vez al año, que era cuando venía a la ciudad, (el circo, no yo), pues una pasada total. Todo tenía su magia, su encanto, su tempo, su ritual.
Y aquella tarde, como te estaba contando, tocó circo del de verdad, o sea del de carne y hueso, en vivo, del que cuando entrabas bajo la carpa notabas ese olor tan sui generis, mezcla de a estiércol de los animales, a tierra de pista recién regada, a maroma de cáñamo y a linimento. Y el sabor del algodón dulce, pegajoso, que saber, lo que se dice saber, no sabía a nada, pero abultaba mucho y te ponías perdido tú y el de al lado. Aquel circo tenía payasos, trapecistas, “fieras”, malabaristas, rifa... bueno, de todo, como era entonces un circo. Precioso. Era toda una experiencia ver sus luces y aquellos cartelones que lo anunciaban con tus ojos infantiles, mientras oías desgañitarse al tío de la tómbola, siempre dando voces. Y ya a la salida, con las manos pegajosas y el regusto dulzón de las almendras garrapiñadas, ponerte ciego a churros calentitos. Ostras, que gozada...
Bueno, pues aquella tarde, al final, cuando ya terminó todo el espectáculo, que fue memorable, nos fuimos a ver los animales, fuera ya de la carpa, descansando en sus jaulas, que entonces te dejaban verlos y acercarte a ellos, aún a riesgo de que te mordiera la mano una mona de aquellas, de culo colorao, que tenían una mala leche...
Fue entonces cuando vi lo que no tenía que haber visto. O sea, a ver si me entiendes... Un payaso de los del circo, con el que nos habíamos reído hasta llorar minutos antes, que ya se había quitado el sombrero, la nariz roja y medio despintao la cara, estaba deslomando a palos, a mansalva, y pinchando con un arpón, a un viejo elefante porque, aún vestido de lentejuelas, se resistía a que le volvieran a poner la argolla que le sujetaba la pata a una gran estaca metálica clavada en el suelo. La escena, tan estúpida como cruel, se grabó para siempre en mi infantil cabecita. Recuerdo las expresiones soeces del payaso, la respiración agitada del elefante y sus ojos asustados, tan pequeños para el cabezón que tenía, mientras el cretino aquel no paraba de azuzarle y decirle barbaridades. Se me grabó la escena, y de qué manera. Y comprendí ipso facto, de una vez y para siempre, que no todo era tan bonito como a simple vista parecía. De por vida. Qué desengaño el mío.
Aquella misma noche, recién apagada la luz, mientras nos dormíamos, comentamos la escena entre los hermanos que compartíamos habitación, y si el pobre elefante estaría a gusto o no en el circo. Y lo ridículo que era ver, a semejante animal, tener que hacer gilipolleces con sus patazas, pinturrujeado y disfrazado con lentejuelas y colgantes, mientras una señorita en bañador sonreía montada a su lomo. Me parecía una humillación, innecesaria y cruel, para el pobre bicho. O sea, que en vez de estar gozándolas el pobre animal, con Tarzán y Chita, revolcándose en cualquier regato de la selva, estaba jodido a palos, jugando con balones de colorines, atado a una estaca, y siempre pendiente de subir al próximo tren, que es como llegaba entonces el circo, para seguir de aldea en aldea, con lo titiriteros, de por vida. Perra vida...
Pues eso. Que lo de la niña que canta lo de “antes muerta que sencilla”, lo mismito, tú. Cuando la he visto y oído, me ha recordado al instante a lo de aquel pobre bicho del circo y al energúmeno de su payaso domador. Porque son como dos gotas de agua. Para mí que lo son. Señor, lo que hay que ver, que pena.
Confieso que no soy un experto, pero para empezar, la representación escénica del espectáculo de la niña no me parece que sea la más adecuada, ni a su edad, ni a la del público infantil al que supuestamente va destinada su canción. Su coreografía, si hubiera sido ideada para ejecutarla un grupete de cabareteras de medio pelo, entradas en carnes y en años, pues bueno, vale, pero es que da grima y pena verla escenificar a niñas como ella, que mejor estarían saltando la comba o jugando al pati, en vez de disfrazadas bajo ese manto de rimel, pote y complementos, impropios de su edad. O sea, que toda esa parafernalia le sienta, vamos... como al elefante las lentejuelas. Y despiertan similar lástima. ¿Tendrá detrás “un domador”parecido?
Para seguir, la letra de la cancioncilla se las trae, que ni harto a vino me creo yo eso que dice su padre de que, de cabo a rabo, es invención de la propia criaturita, que nueve añitos no dan para inventar tantos disparates juntos en la letra de una sola canción. ¿De su cabecita salió también la torpeza del propio título?. Entonces, a psiquiatría infantil, rápido, a ver si todavía tiene remedio la tontería, que no sé yo...
Para remate, su comercialización atenta contra las actuales leyes de protección a la infancia, que prohíben el trabajo remunerado de los menores, o su explotación económica por terceros en liza, sean tales quienes sean, incluidos sus propios progenitores. Es decir, de profesionales de nueve años nada, que no pueden existir por imperativo legal. Así que, ¿la niña trabaja gratis?. Pues, como no me lo creo, ¿quién se beneficia de ello?. Porque si lo hace por amor al arte, pues vale, que lo haga, pero poquito, que digo yo que tendrá que estudiar, jugar al parchís y dar la matraca, que es lo propio de su edad. Pero si de sus actuaciones se deriva beneficio económico, que lo hay, que se fiscalice y vigile, su manejo y su destino. Esos temas deberían ser objeto de investigación y seguimiento por la Fiscalía de Menores, de oficio, que para eso está. No, no exagero un ápice. Así lo pienso, y así lo digo.
Porque, o sea, todo el tema es un disparate, de pies a cabeza, en el que destacan el mal gusto y la inadecuación de sus mensajes, desorientadores y equívocos, porque van destinados a menores que, por definición, son inmaduros. Y no se les pueden hacer llegar tales mensajes subliminales, y estúpidos, disfrazados bajo el chás-pum-pum pegadizo de una musiquilla hortera, para que los repitan con indolencia mentes infantiles, aún no preparadas ni para distinguir el grano de la paja, ni para digerir barbaridades. Al menos, sin riesgo de que, el simple hecho de escucharlas, les puedan crear dudas absurdas o dejar secuelas. En sí mismo, el propio titulo de “antes muerta que sencilla”, lejos de una broma chistosa, es una canallada de mal gusto, porque, te repito, está destinada para niños.
O sea, todo fatal. Te digo que estamos de los nervios. Los que idearon el negocio, los que planificaron el espectáculo, los que lo realizan, los que encima lo premian y los que lo presencian y aplauden. Mal de la chinostra todos, tú.  
Claro, que lo que más me preocupa del tema, es la propia niña. La cabecita de la niña para ser más exactos, que de tanto repetirlo, lo mismo termina creyéndose la estupidez de su propio mensaje. Y entonces, las cosas le irán mal, muy mal. Para sobrevivir, ¿tendrá que dejar de ser sencilla, o por serlo, morir?. Anda, que como se lo crea... Pues con nueve añitos, lo lleva complicado, pobre criatura. Sus tutores lo llevarán mejor, lo de las pelas, digo. Luego, nos lamentaremos todos, pero a toro pasao, como siempre.
En fin, con un poco de suerte, porque son canciones “kleenex”, se dejará de oír pronto esa bazofia. Esa era mi esperanza, pero... como que va a ser que no. Oye, que no, porque mira, ayer, día ocho de enero de dos mil cinco, a eso de las diez de la noche, y en la primera cadena de televisión española, dirigido por Teresa Rabal, presencié un espectáculo del mismo jaez o aún peor. En él, tres niñas y un chavalete, todos de 3 o 4 años, según anunciaron admirativamente sus rótulos, escenificaron una especie de baile, por llamarlo de alguna manera. La niñita, annnnngelito, actuaba con ligueros a la vista, de esos desde la cintura, ya me entiendes, de cabaretera barata, y además, con una liga a medio muslo, con florecilla y todo, en sus medias a rombos. Annnnngelito mío, otro elefantito en ciernes. Y para más recochineo, no te lo pierdas, lo hacían al ritmo y letra de la canción “Voulez vous coucher avec moi ce soir”. Menos mal que ninguno de esos angelitos, ¿ni sus progenitores?, espero que no, tenían ni pajolera idea de lo que la letra de esa canción dice, que ya me dirás tú si es la más adecuada para un espectáculo de niñas de tres y cuatro años. ¿O sí?. Sarcasmo puro y duro de la televisión pública el que, con tus impuestos y los míos, nos obliguen a subvencionar tales  espectáculos, protagonizados poco menos que por lactantes, a las diez de la noche.  ¿O cruel vejación infantil?.
¿Quien diseña esos espectáculos?. ¿Para quién?. Porque más de un depravado mental, de esos peligrosos, se debió de pasar una noche de infarto, viendo lo de ayer. Y con eso, bromas, ni una. Eso, poco menos que de juzgado de guardia.
Por favor, ¿queda alguien cuerdo por ahí?. Pues que diga basta, pero que lo diga ya, antes de que sea demasiado tarde. Que impidan que a la próxima, por ejemplo,  escenifiquen en televisión el cuento de Caperucita Roja, por que ya puestos a llamar la atención, a este paso seguro que lo harán liando a la abuelita con el lobo, seguro... Y con escenas de zoofilia incluidas, claro, porque si no, acostumbrados como estamos y a lo que estamos, el programa carecería del atractivo suficiente para  poder emitirlo en horario infantil.
Ostras, cualquiera les da ideas a esa chusma... mejor me callo.
Aunque hay quien no necesita que les demos ideas, porque para ocurrírseles disparates, se las apañan muy bien solitos. ¿Has visto lo del pájaro ese del PSOE de Marbella?. Sí, hombre, sí. Ese que ha propuesto que dejen de celebrarse el Día de la Madre y el Día del Padre. Alega que como, según él, las familias del siglo XXI no serán las hasta ahora consideradas como “normales”, y que las que si lo serán son las monoparentales, o las bi o tri parentales o madrales... Pues eso, que los que tengan una familia “normal”, con padre y madre, que tampoco puedan celebrar esos días para no crear distingos. O sea, a igualar por abajo, ya estamos. Manda güebos. No me digas que eso no son ganas de jorobar por jorobar. Mira, si el espantajo ese no quiere mostrarle agradecimiento a sus progenitores, está en su derecho, que sus razones tendrá, probablemente hasta para odiarlos, vale, que visto el hijo que les salió... ahí no entro. Pero tratar de impedírselo a los demás... que disparate... Anda, loco, anda... déjanos en paz, majete, que a mis hijos o a mí, sí nos apetece celebrar esos días, ya ves, y no necesitamos de tipos como tú para que vengas a salvarnos de “la decadencia” de tales celebraciones.
Como lo de la Navidad y los Nacimientos del 2004, que mira que se han empeñado cantidad, incluso por instrucciones expresas de la Generalidad de Cataluña, que en ellos hubiera de todo... menos Portal de Belén. O sea, montañas de cartón, nieve, río con lavanderas, pastorcillos... de todo eso sí, menos Portal de Belén, que resulta que es lo único que le da sentido y razón de ser a cualquier Nacimiento. Pues con tal de llevar la contraria, justo eso no, que eso no figurara. ¿Y las palabritas de luces adornando el Madrid de Gallardón?. Otro que tal baila. Cualquier palabrita valía, pero justo las dos necesarias, no, o sea Feliz Navidad, no. Esas no.  
Resentidos del mundo uníos. Repelús me dais... y risa. Mucha risa, además de pena.

Correspondencia: eltuerto@semg.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario