Vistas de página en total

martes, 14 de febrero de 2012

Responsabilidades... haberlas, haylas
Desgraciadamente la realidad impone hablar de la violencia intrafamiliar. Sin duda alguna la más canalla, soterrada, cobarde y atroz de las violencias es esa que se produce de puertas para adentro normalmente, (que barbaridad, eso de tener que decir “normalmente”), entre la paredes del propio domicilio, pero otras en la mismísima calle, y por definición, siempre entre personas que están, han estado o pretenden estar, unidas por lazos afectivos. Que sarcasmo.
Por eso, quiero hacer algunos comentarios sobre la conocida como “violencia de genero”, entendiendo como tal la que sufre la mujer a manos de su pareja, la ejercida por “el macho” sobre “la hembra”. Y también, hablar de las responsabilidades de cada cual frente a ella. Que las hay.
Y es que uno de los múltiples fallos que tuvo el Creador, alfarero al fin y al cabo solamente aficionado, a la hora de manejar el barro creador, fue que dotó al ser humano del insano instinto de posesión. Ese que nos impulsa a decir “mi mujer”, “mi casa”, “mi...”. Un fallo imperdonable, como lo son también los de dotarle de la capacidad de ser cruel, vengativo y cobarde, todos típicos del engendro humano. Desde entonces, la historia del hombre ha estado inseparablemente unida a eso del “la maté porque era mía”.
Osea, ¿que la cosa no es de ahora?. Por supuesto que no. Existe desde el principio de los tiempos, en todas las civilizaciones y culturas, por más que sea el paradigma precisamente de la inicivilización y la incultura. Pero antes, como no había televisión, ni internet,  ni derechos humanos, ni..., pues la sufría quien la sufría y sólo se enteraban de ella los cuatro allegados, que encima, la ocultaban a los ojos de los demás, y aquí paz y después gloria. Se sufría en silencio, con complicidades y abyectas comprensiones de los del entorno y los demás prácticamente ni nos enterábamos.
Este tipo de violencia tiene mucho que ver con la educación y el aprendizaje del individuo, su psicopatología y la permisividad del entorno, y sobre todo con los complejos de inferioridad de cada cual. Pero es responsabilidad de todos su erradicación.
Recuerdo que un día de niño, iendo por la calle de la mano de mi padre, que era un santo con mayúsculas, pero llegado el caso, también de los de armas tomar, de repente me quedé sin la seguridad de su mano al tiempo que me  desplazaba suavemente contra la pared. Las siguientes imágenes que mi cerebro infantil quedó grabadas, entonces y para siempre, están almacenadas como a cámara lenta, como a saltos, pero en ellas veo nítidamente la figura de mi padre abalanzándose sin ambigüedades contra un fulano, que estaba dándole golpes en plena calle a una atemorizada mujer que, con el pelo revuelto, lloraba. Al tiempo que mi padre lo cogía por las solapas y lo zarandeaba, aquel imbécil trataba de justificarse con eso de “oiga, que es mi mujer” y todavía si cierro los ojos, puedo oír con rotundidad el vozarrón de mi padre diciéndole “eso no lo hace un hombre, canalla, eso no se hace”. Fue mi primera visión de la “violencia de genero” y la frase de mi padre me quedó grabada para siempre: “eso no se hace”. Sin disculpa y sin excepción. De aquello, hace ya muchos años. Luego, la redescubrí ya de médico, atendiendo a mis pacientes por sus secuelas físicas o, peor aún, por las psíquicas.
Pero ahora es otra cosa. Los medios de comunicación te meten en el comedor de tu propia casa, entre plato y plato, la jodida realidad con unas escenas tan terribles, que hasta al más frío e insensato de los mortales se le resquebraja el alma. La imagen de una mujer joven, yacente, con la cabeza apoyada sobre el banco de un parque, mientras su cuerpo desangrado y muerto, reposa para siempre en el suelo, cosida a puñaladas por el desalmado de su ex, encabrona y sobrecoge. Y peor aún cuando luego te enteras de su historia previa de sufrimientos y humillaciones, y de su largo y terrible peregrinaje en solicitud de amparo por comisarias, juzgados, consultorios médicos, familiares, vecinos... sin que nadie haya sido capaz de evitar ese final, cantado de antemano. Todos culpables.
Ya está bien, ya no lo aguantamos más, bendito sea Dios. Y eso que todos somos conscientes de que esas escenas, las más brutales, son tan sólo la milésima parte de la realidad. ¿Cuantos tortazos y vejaciones no salen en los periódicos?. ¿Cuánto daño físico y moral queda hecho sin testigos?. ¿Cuánto sufrimiento es íntimo y callado?. ¿Cuánto queda como “comprendido” y oculto entre las paredes de un dormitorio?. Por Dios... ya está bien.
¿Que qué tiene que ver esto con la medicina?. Pues mucho, y lo sabes igual que yo. Ya sé que es un tema que incumbe a la sociedad entera, pero a tí y a mí también, como personas y como médicos, porque trabajamos en un mirador privilegiado, la consulta médica, desde donde podemos y debemos intentar detectar el problema desde sus primeras fases. Hay situaciones conocidas como de máximo riesgo, como separaciones recientes de la pareja,... en las que a la menor, hay que intervenir sin ambigüedades, incluso preventivamente hablando de los potenciales riesgos de tal situación. Ya sé que es un tema arduo, ingrato, resbaladizo, espinoso y todo lo que tu quieras, pero está ahí y tenemos que mojarnos como médicos con él, caiga quien caiga. Y nada de creer en los clichés de que el maltratador es el borracho, el drogata, el tirao, el marginal. No sólo son ellos. Son legión los torturadores de traje y corbata, que parece que nunca han roto un plato, personas aparentemente encantadoras, de profesión liberal y alto status socioeconómico y cultural, simpáticos y afables, que cuando pasan el umbral de su casa se transforman en monstruos a domicilio.
¿Que es un tema multidisciplinar?. Sin duda, y muchos otros profesionales deberán intervenir, pero ojo, que la experiencia nos enseña que nada hay como crear un “equipo multidisciplinar”, como mecanismo y con la finalidad, de intentar diluir nuestras personales e intransferibles responsabilidades en el resto del grupo. Y eso no puede ser. Es un tema harto desagradable, de acuerdo, pero aquí el escaqueo no vale. No puede valer.
Todo médico, tiene la obligación ética y legal, de poner en conocimiento del Juez de Guardia cualquier sospecha de agresión a su paciente y de denunciar, su simple sospecha, aún en contra del parecer de la presunta agredida y de asumir sus consecuencias. Pero, ¿cuántos médicos han visto y callado?, ¿cuántos no han querido implicarse y han preferido mirar a otro lado?. Eso no puede ser. Nunca más. Tenemos que asumir, necesaria, humana y legalmente nuestras responsabilidades.
Pero ojo, que el tema no es sólo médico, ni por asomo y hay otros profesionales que tienen, necesariamente, tanta o más responsabilidad y tienen que mojarse también. Léase simples vecinos, jueces, fiscales, asistentes sociales, fuerzas de seguridad y un larguísimo e interminable etcétera. Y nadie puede ni debe echar balones fuera. En esto, hay que ser rabiosamente intolerantes.
Lo de los jueces es todo un poema. Cuando salen manifestando eso de que “esto es tarea de todos”, es para ponerse a temblar... lagarto, lagarto: cumpla con su responsabilidad su señoría el primero, y exíjanos a los demás cumplir con la nuestra, que para eso está. Hay sentencias judiciales que abochornan al más pintado, que chirrían por los cuatro costados y que no se tienen de pie. Cuando las hay.
Porque en otras ocasiones, es de coña hasta la instrucción del caso. Que alguien me explique si no, cómo es posible que al marido que le pega guantazos hasta en el carnet de identidad a su prójima a las diez de la mañana, por los que necesita y recibe asistencia médica poco después, se le toma declaración a las doce y media ante su señoría, de la que sale tan rápido como para regresar a casa a tiempo de ofrecerle “unas ostias” a su pobre mujer, porque todavía no le tiene la comida puesta. De coña, tu. Y además de ofrecérselas, claro, se las vuelve a dar. Y no pasa nada. Lo más amargo del caso es, que al final, ella misma termina aceptando la situación porque “a lo mejor me lo merezco”. Estremecedor. Llega a tal, la identificación patológica con el agresor, que hasta le termina comprendiendo y defendiendo. Eso si que son secuelas.
¿Otra de jueces?. Pues la del padre que es convencido, no sin dificultad, por el médico, para que no se tome la justicia por su mano a raíz de la agresión que sufre su hija a manos de un antiguo novio y lo denuncie sin pestañear. El hombre pasa las de Caín acompañando a su hija en las declaraciones ante la policía, el juez, los médicos y al final, en el juicio, el agresor, que se declara insolvente a pesar de tener coche propio y trabajo sumergido, se va de rositas con una multa de diez mil pesetas... mientras que el padre, para más inri, ha de pagar los honorarios, ciento diez mil pesetas de las de vellón, del abogado de su hija, que como no puede cobrar del agresor condenado... cobra de la agredida. ¿Ciencia-ficción?. De eso nada: pura y dura realidad en la España del 2000. Y eso si que es una canallada sobre otra, con la justicia por medio. A la próxima, ni intentaré convencerle.
Exijamos entre todos, que todo el peso de la ley caiga, pero a plomo, sobre el agresor... o la agresora que, cosa curiosa: las dos últimas agresiones por violencia intrafamiliar que he atendido, han sido hechas por mujeres a sus respectivos. En esto, la igualdad también se comienza a vislumbrar.
Pero, por favor, que cada cual poniendo nuestro granito de arena, sepamos cumplir con nuestra parcela de responsabilidad para atajar el problema, que la tenemos, unos más que otros claro, y si no... que nos la demanden.
Juntos todos, tenemos que ser capaces de acorralar hasta extinguir a esa “locura de genero” que tanto dice de la indignidad del ser humano.


correspondencia: eltuerto@semg.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario